Similar context phrases
Translation examples
adjective
Es un pueblo sin esperanza, cansado y agobiado ...
They are a people without hope, tired and oppressed ...
Estamos cansados de perseguir el final del arco iris.
We are tired of chasing the end of the rainbow.
Todos ustedes están medio dormidos, todos están cansados.
All of you are asleep, all of you are tired.
Creemos que se han cansado de esta guerra, como nosotros.
We think they are tired of this war, like we are.
Están cansados del terrorismo, cansados del despotismo y cansados del odio.
They are tired of terrorism, tired of despotism and tired of hatred.
Estamos cansados de las acusaciones de ritual contra Ghana.
We are tired of the ritual accusations against Ghana.
Los pueblos del Oriente Medio están cansados; cansados del derramamiento de sangre y cansados de la violencia.
The people of the Middle East are tired -- tired of bloodshed and tired of violence.
Estaba cansado, cansado de aquel idiota, cansado de todo, cansado de la vida misma.
He was tired: tired of this jackass, tired of everything, tired of life itself.
adjective
El pueblo saharaui está cansado de apelar a los foros internacionales; es evidente que resulta imposible organizar un referéndum sobre la libre determinación.
The Sahrawi people had wearied of appealing to international forums; it was clear that it was impossible to organize a referendum on self-determination.
De manera que digo a los miembros, aunque estén cansados, no flaqueen.
So I say to the members, though you may be weary, do not falter.
Los ciudadanos de todos los Estados árabes están cansados del discurso sobre el éxito de la Acción Árabe Conjunta.
Citizens in all Arab states have grown weary of the talk of the successes of joint Arab action.
En muchos casos, provocan la desintegración de la familia tras la marcha del cónyuge o de los hijos cansados de las disputas entre los padres.
In many cases, it leads to the disintegration of the family after the departure of the husband or of children who have wearied of quarrelling between the parents.
Una de mis tareas fundamentales será infundir nueva vida a una Secretaría a veces cansada e insuflarle una confianza renovada.
One of my core tasks will be to breathe new life and inject renewed confidence into the sometimes weary Secretariat.
Obviamente las personas normales y los líderes tradicionales están cansados de la guerra y desean la paz y el fin de años de conflicto, inestabilidad y privaciones.
Clearly, the ordinary people and traditional leaders are war-weary and yearn for peace and a way out of years of conflict, instability and deprivation.
La comunidad internacional está cansada de las resoluciones nacionales que responden a motivaciones políticas y no guardan relación alguna con los derechos humanos.
The international community was weary of politically motivated country resolutions which had nothing to do with human rights.
Una vez que se restablezcan la paz y la seguridad, los ciudadanos cansados de la guerra de Sudán del Sur podrán aprovechar las oportunidades que brinde el dividendo de la paz.
Once peace and security are restored, opportunities for peace dividends for the war-weary citizens of South Sudan can follow.
Asimismo, continúa habiendo grandes tensiones que, como de costumbre tienen graves consecuencias para los cansados ciudadanos somalíes.
Tensions remain high and, as usual, the implications for the weary, ordinary Somalis are grave.
Muchos de nosotros empezamos a sentirnos un poco frustrados, impacientes y cansados.
Many of us are becoming a little frustrated, impatient and weary.
Estaba cansada de repeticiones, cansada de circunloquios, cansada de todo.
She was weary of repetitions, weary of circumlocutions, weary of everything.
Me sentí cansado, cansado de él y cansado de esa tristeza.
I felt weary, weary of him and weary of this sadness.
Frodo parecía cansado, cansado hasta el agotamiento.
Frodo seemed to be weary, weary to the point of exhaustion.
Estaba mareado y cansado, más mareado que cansado, pero lo bastante cansado como para dormir una semana seguida.
I felt sick and weary, more sick than weary, but weary enough to lie down for a week.
adjective
La principal es que debemos dejar que la diplomacia y una verificación minuciosa sigan su curso, por más prolongado y cansado que sea el proceso.
The main one is that we must let diplomacy and thorough verification take their course, however lengthy and tiresome the process might be.
Era un trabajo cansado, ingrato y desmoralizador.
It was tiresome, it was defeating, it was demoralizing.
En cuanto al matrimonio… La vida de soltero era cansada.
And about marriage… single life was tiresome.
Cubrir sus huellas se había convertido en algo aburrido y cansado.
Covering their tracks had become boring and tiresome.
Parece cansada y molesta. —Ay, para, Klara.
It looks very heavy and tiresome.” “Ach, stop that, Klara.
Es muy cansado que un hombre nunca piense en los demás.
It is so very tiresome when men think never of others.
—¿Cansa, eh? El tipejo no dijo si le parecía cansado o no estar allí, como si fuera una estatua del cementerio.
“Gets tiresome, huh?” The dude didn’t say if he thought it was tiresome or not, standing here like a cemetery statue.
adjective
Pero aun en estado de trance se trataba de un trabajo cansado y aburrido.
But it was finicking, wearing work, even in a trance state.
adjective
¿Como la pelea por nuestro cansado hermano que venía para quedarse, otra vez?
Like our fight about your deadbeat brother coming to stay, again?
adjective
–Sin duda, suena muy raro -admitió Björk cuando Wallander hubo concluido. –Agente inmobiliario, religiosa, con familia…, ¿no se habrá cansado de todo ello? Quizá compró los bollos y se dirigía a casa, cuando se le ocurrió que era mejor irse a Copenhague -sugirió Martinson.
Quelqu’un ou quelque chose l’avait empêchée d’être de retour chez elle pour dix-sept heures. — En effet, dit Björk. C’est embêtant. — Elle en a peut-être eu assez ? proposa Martinsson. Agence immobilière, temple méthodiste, famille… ça fait beaucoup pour une seule femme.
adjective
O bien se habían cansado de ella en el Grand o tal vez había sido ella la que se había cansado del director del Grand.
She’d outworn her welcome at the Grand, or maybe the manager of the Grand had outworn his welcome with her.
Pero la Naturaleza, cansada, tomó cartas en el asunto y su vuelta a la realidad fue tan sólo un preámbulo del sueño.
But outworn nature took a hand, and his surrender to reality was only a preamble to sleep.
¿Te has cansado de ella en menos de un cuarto de hora? ¿La has visto más cerca de lo que osaría el amor?
Have you outworn her in a quarter of an hour—already seen her closer than love dares?
adjective
y el loro siguió volando, percibiendo el potente zumbido sensorial del Hospital General Chimes, desconcertado por el luminoso estallido de humanidad que emitía el hospital, uno de cuyos suaves latidos de electrones estaba siendo rastreado en aquel mismo momento por la pantalla LCD y la cinta registradora de un monitor fetal situado en una de las salas de parto más agradables de la cuarta planta, con una atmósfera como de hotel Marriott pijo, cortinas blancas, paredes de color ciruela, suelos laminados, con un cardiotocograma que era como un hilo de relámpagos, como el contorno rápidamente esbozado de unos picos montañosos, como un tamborileo medido con mesa de mezclas, y el padre y la madre se cogían la mano junto a la cama y lo miraban, aunque es posible que la expresión «se cogían» no fuera suficiente, puesto que estaban unidos en una especie de maniobra de sumo, enzarzados como luchadores, esperando y contemplando el monitor mientras, al otro lado de la puerta, donde no lo pudieran oír, el médico presente, el doctor Bernstein, les estaba diciendo a las dos comadronas con pesar evidente que iba a tener que entrar a sacar a la criatura, una noticia que no supuso una gran sorpresa para ninguna de las comadronas, puesto que las dos habían visto la impresión de la máquina y sabían que a menudo los hospitales actúan con cautela precipitada, confundiendo la impaciencia con la eficiencia, pero las dos anonadadas pese a todo por el hecho de verse obligadas a entrar una vez más en la sala de partos y decepcionar gravemente a su paciente, que también había tenido a su primera criatura por medio de una cesárea de emergencia y ya llevaba tiempo trabajando y visualizando y haciendo cantos y ejercicios de Kegel y meditando y haciendo hipnosis y ofreciendo su perineo cada noche para que el padre lo untara generosamente de aceite de yoyoba, preparándose para tener un Parto Vaginal Post Cesárea como si fuera Beatriz Kiddo preparándose para vengarse del Escuadrón Asesino Víbora Letal, hasta que su identidad misma, su misión en la vida, dio la impresión de quedar subsumida, en contra del consejo de las dos comadronas pero con su simpatía, en el paso exitoso de su bebé por el cuello de su útero, y es por eso que la madre rompió a llorar cuando vio que Gwen y Aviva entraban por la puerta con sendas muecas tensas que les levantaban las comisuras de las bocas, se echó a llorar como una magdalena en mitad de una larga contracción, y el padre luchó para no mirar el monitor fetal mientras Aviva les explicaba que debido a que el bebé, tras negarse sabiamente a encajar la cabeza en la pelvis de su madre, estaba empezando, después de veinticuatro horas de parto, a mostrar señales de fatiga, iban todos a tener que abandonar su plan tan meditado y esperanzado para concentrarse en lo que el bebé necesitaba en aquellos momentos, un argumento que casi siempre conseguía amarrar nuevamente a una madre de parto al mástil de su determinación y producía el efecto deseado, y la madre asintió mientras la contracción la abandonaba, y Gwen también asintió, pero no dijo nada, evitando que su mirada se encontrara con la de los padres igual que había hecho desde que había determinado, hacía muchas horas, en el dormitorio del pequeño bungalow de Ada Street, que el feto era flotante, que estaba demasiado arriba en el útero, atascado en una estación fetal de menos tres, corriendo un pequeño riesgo de prolapso del cordón que en circunstancias normales las Comadronas Asociadas de Berkeley optarían por correr, manteniendo los planes que tenía la madre para su hogar y su vagina mientras esperaban a que el feto flotante descendiera, y ni siquiera sumida en la nube de su dolor y su pesar, la madre estaba lo bastante ida como para darse cuenta de lo furtivamente que estaba actuando Gwen, o para preguntarse si tal vez Gwen no se sentiría algo responsable por el rumbo que habían tomado las cosas, si sus modales tranquilos y solidarios pero algo reservados no serían una muestra de fracaso personal, o si tal vez Gwen no creería en secreto que hacer cesárea era innecesario y no había querido trasladarla al hospital, pero por alguna razón sentía que no podía hablar y por eso había tenido que someterse a la política hospitalaria y a su socia, pese a que se podría argumentar perfectamente que nacían fetos flotantes en partos en casa todo el tiempo, en el mundo entero, y los bebés salían perfectamente sanos, pero antes de que la madre pudiera preguntarle a Gwen qué estaba pasando, y por qué daba la impresión de que ella y Aviva no se hablaban, salvo cuando se hacía necesario algún intercambio de información, la sala se llenó de un ejército de médicos desconocidos cuyo aire de importancia le pareció al padre profundo y aterrador, mientras que un equipo de enfermeras se entregaba a la tarea mágica de convertir la cama de partos en una mesa de operaciones que a continuación fue sacada por la puerta, con el padre detrás, agarrando la mano de su mujer con tanta fuerza que Gwen se vio obligada a separarlos, diciendo «muy bien, cariño», diciéndoles que ya era hora de dejar que la madre soltara a aquel bebé, y luego ayudando al padre a ponerse la ropa de hospital y la mascarilla, preparándolo para la breve y relativamente horrible serie de obligaciones cuya ejecución recaería en él: cortar el cordón umbilical, hacer fotos con su cámara digital, animando para la obtención de una buena puntuación Apgar mientras su criatura se escurría bajo aquellas luces de patatas fritas, reducido, con Gwen y Aviva —las tres únicas personas del edificio, de la ciudad o del mundo, a quienes les importaba si ella paría por la vagina o por una raja en el vientre— a una de las tres personas con menos poder de la sala, y acto seguido un aire de impotencia soñolienta impregnó todo el procedimiento para el padre, que en un momento dado, después de que el bebé fuera sacado por los sobacos del agujero en la madre, una niña que recibió al instante el nombre de Rebekah con una K que la agobiaría durante el resto de su vida, cometió el grave error, justo cuando los médicos estaban recomponiendo a su mujer, de girar la cabeza —se suponía que tenía que estar mirando cómo su hija sentía la luz, el aire y el agua por primera vez, el primer día de la creación— y vio cosas al otro lado del quirófano que ningún marido debería ver, un amasijo de color anaranjado sanguinolento de Betadine y placenta y grasa dorada y membrana de color pollo blanquecido, pero al final, aparte de una decepción que perduraría durante años en el corazón de la madre igual que un olor a quemado en una cocina, todo salió bien, y una imagen con grano y evanescente del padre sonriente con el bebé flotante arropado en los brazos fue lo último que la madre vio antes de cerrar los ojos, agotada, con un litro de sangre de menos, mareada, empujada sobre ruedas hasta la sala de recuperación y colocada junto a una ventana alta y estrecha que daba al resplandor de una tarde inverosímilmente verde y azul, donde la madre se quedó dormida de agotamiento, y donde seguía completamente fulminada por algún opiáceo formidable cuando Gwen entró, se plantó junto a la cama, le cogió las dos manos con las palmas de las suyas, unas palmas frías y destinadas a permanecer en alguna capa sumergida de la memoria de la madre y más tarde, minutos o siglos más tarde, cuando la madre volvió a abrir los ojos, justo antes de apartar la mirada del resplandor de la tarde que se veía por la ventana para saludar a su hija y encargarse de prepararle un poco de leche, la madre vio una mancha roja en un roble de Virginia que había junto al aparcamiento, una mancha de un rojo salvaje, un pájaro, ¡un loro!, que acechaba desde una rama del roble de Virginia, con cara de estar hablando o incluso cantando para sí mismo, recomponiéndose con aire meticuloso y a continuación regresando al cielo, rumbo a la manada de colinas con sus mantos de color ruano, trazando un rumbo que pasaba por encima del dúplex de Blake Street en cuyo dormitorio principal otro padre y otro hijo estaban tumbados mirando algo juntos en lugar de conversar, codo con codo en la cama, apoyados en almohadones y con las caras iluminadas por la pantalla de un ordenador portátil que el padre tenía colocado sobre el abdomen en un ángulo tal que, si los dos permanecían muy juntos, ambos podían ver bien la película, almacenada en uno de los nueve discos que Julie había sacado de la sección de blaxploitation del Reel Video y había llevado a casa a modo de investigación para su clase sobre Tarantino en el Centro para la Tercera Edad, una película, Strutter (1973), protagonizada por los actuales fugitivos del Instituto Bruce Lee en la flor de su juventud y en los papeles respectivos de sendos tragos de magnificencia funk que se paseaban armados hasta los dientes, repartiendo leña y apareándose con frecuencia, Luther Stallings interpretando a un ex marine y veterano de Vietnam entrenado hasta alcanzar la excelencia en las técnicas del sigilo, la infiltración y el combate mano a mano y a continuación sometido a un consejo de guerra, dado de baja con deshonor tras intervenir para impedir que un capitán (blanco) violara a una chica de una aldea y soltado con todas sus habilidades de comando en el mundo de los bancos, las colecciones de arte pirateado, los cargamentos de lingotes y joyas, un ex marine que es perseguido (la primera película del proyecto de trilogía era una supuesta versión blaxploitation de El caso de Thomas Crown) por la investigadora de la compañía aseguradora, una señorita de largas piernas y escasa vestimenta que lleva por inverosímil nombre Candygirl Clark y que se ve obligada a traicionarlo a fin de cobrar su paga, y el hijo estaba disfrutando del aire general de cutrez despreocupada de la película, mientras que el padre estaba disfrutando del recuerdo de la época y del año, 1973, maravillándose de una serie de pequeños detalles del pasado (buzones bitonos de tapa roja, largas hileras de cabinas telefónicas en las estaciones de autobús, ancianos deambulando de forma rutinaria con traje y corbata) que, sin que él se diera cuenta, se habían esfumado tan completamente como setas bajo el paso de las botas de Super Mario, y tanto el padre como el hijo estaban igualmente impresionados, a múltiples niveles, por Valletta Moore, por sus habilidades de kung-fu, por aquel atuendo de color naranja con partes recortadas en la cintura y aquellas botas de color naranja que le llegaban hasta las caderas, por el toque de extravío, o incluso de bizquera, que se le veía en la mirada de tipa dura, y sobre todo impresionados por lo muchísimo que molaba Luther Stallings de joven, por la contención con que interpretaba cada escena, como si estuviera seguro de poder satisfacer sus requisitos sin recurrir a las palabras, y es que el texto del folleto de la futura edición en estuche de la trilogía en DVD (empaquetada ahora en la parte de atrás del Toronado) explicaba que, el primer día del rodaje, Stallings (autor de dicho texto) le había cogido prestado un bolígrafo al director (que acabaría dirigiendo centenares de episodios de Trapper Jones, M. D., El coche fantástico y Walker, Texas Ranger) y había tachado el sesenta y tres por ciento de sus líneas de diálogo, violando hasta el último código y norma de la profesión, y es que poseía el don, muy extendido entre los genios fracasados (aunque esta observación no se encontraba en el texto del folleto) de una fuerte conciencia de sus propias limitaciones, un don que se sumaba a su dominio del kung-fu, con todo su brío y su acrobacia, su parentesco con ciertos movimientos de baile de James Brown —las Palomitas, por ejemplo—, su mensaje de liberación corporal del severo yugo de la física, un Luther Stallings «brutal», en palabras del hijo, que señaló varias veces en un tono de aprobación que hizo que el padre sintiera una punzada de compasión por el hijo, el asombroso parecido que Luther tenía de joven con el señor Titus Joyner, de manera que, cuando la película se terminó, el padre, cerrando el portátil, dio él también un salto brutal digno de Stallings y se puso a asediar al hijo a preguntas más incisivas de lo normal sobre su amistad con el joven señor Joyner, y así fue como emergió una historia, un relato, tal como lo percibió el padre, de amor no correspondido de esos que los chicos adolescentes experimentan a menudo en compañía los unos de los otros, en este caso con toda la emoción del lado de Julie, y a medida que la conversación avanzaba el padre se fue dando cuenta de que, por desgracia, no estaba preparado para nada de aquello, no para el hecho de que su hijo fuera gay —eso era lo que era y no había más que hablar—, sino para el mundo de dolor emocional (homo o hetero) en el que su hijo había entrado con tanta rapidez, y su corazón se puso sin reservas del lado del chico, renunciando al interrogatorio y concediéndole a su hijo una oportunidad para que le diera la vuelta a la situación preguntando «¿Y qué fue de él?», lo cual inauguró otro largo e intenso interrogatorio sobre la carrera de Luther Stallings después de Strutter, sobre la naturaleza exacta de la relación que tenía con su hijo y sobre su paradero actual, en caso de conocerse, y Nat respondió a cada pregunta con la escasa información que él poseía, reconociendo con cierta desaprobación, y a la mierda el dolor emocional, que su hijo estaba en la fase inicial de una obsesión total, y fue en ese momento cuando Aviva llegó a casa, trayendo consigo el olor a aire acondicionado del hospital, para dejar caer su bolsa en el suelo del dormitorio y encontrárselos a los dos haciendo el friki en las interwebs (como las llamaba Julie), buscando información sobre el padre de Archy Stallings, mirando su obra completa en clips de tres minutos y pasándoselo mejor de lo que ella se lo había pasado con ninguno de ellos desde hacía mucho tiempo, y durante un segundo pareció dolida y enfadada, pero aquellos sentimientos dieron paso a algo agridulce mientras Aviva se dejaba caer sobre la cama entre ellos, con un aspecto más derrotado del que ninguno de ellos le había visto en mucho tiempo, y por medio de aquella modesta melé los tres intentaron procurarse cierto consuelo mientras el loro, cansado de volar, se posaba en un cedro del People’s Park, donde se quedó vigilando a un pequeño grupo de adolescentes asilvestrados y prolongó esa vigilancia durante un buen rato, hasta que por fin la oscuridad recompensó su paciencia con medio limón, las pieles y huesos de unos cuantos aguacates y un tomate entero, que el pájaro consumió con ferocidad comedida, y a continuación se metió a pasar la noche en un agujero de un leño, hueco pero adecuado, donde se pasó los dos días siguientes antes de partir en busca de nuevas aventuras y acabar asentándose, tras mucho deambular, en el jardín trasero descuidado pero paradisíaco de una casa cerrada por ejecución de hipoteca cerca del Juan’s Mexican, donde otros pájaros habían saqueado hacía mucho tiempo un nísperero y luego habían dejado caer o bien cagado las pepitas, que el tiempo y el abandono habían convertido en una buena arboleda de nispereros muy frecuentada por la legendaria bandada de loros de North Berkeley, los Hombres-Hoja de aquel vecindario, lejos de los dolores y las penas de Telegraph Avenue.
could not really suffice, for they were engaged in more of a sumo move, a fighting hold on each other, waiting and watching the monitor as, on the other side of the door, not quite audibly, the attending, Dr. Bernstein, told the two midwives with evident regret that he would have to go in there and get the baby out, news that did not come as a great shock to either midwife, since each had seen the printout, and each knew how often hospitals act with precipitate caution, confounding impatience with efficiency, but each stunned nevertheless now that they were obliged to go back into the LDR and gravely disappoint their patient, the mom, whose first child had also come by emergency caesarean and who had been working and visualizing and chanting and Kegeling and meditating and undergoing hypnosis and submitting her perineum every night to be lavishly oiled by the dad with jojoba oil, readying herself for a Vaginal Birth After Caesarean like Beatrix Kiddo readying herself to take revenge on the Deadly Viper Assassination Squad, until her identity, her sense of purpose, seemed to have become subsumed, against the advice but with the sympathy of the two midwives, in the successful passage of her child through her cervix, and who broke down crying when she saw Gwen and Aviva come through the door with tight non-smiles upcurling the corners of their mouths, just flat-out came unglued smack in the middle of a long contraction, the dad fighting to keep his eyes off the fetal monitor as Aviva explained that since the baby, having in its wisdom declined to engage its head with its mother’s pelvis, was beginning, after twenty-two hours of labor, to show signs of fatigue, they would all have to abandon their considered and wishful plan and concentrate on what the baby needed right now, an argument that rarely failed to re-lash a laboring mom to the mast of her purpose and produced its intended effect, the mom nodding as the contraction let go of her, Gwen nodding, too, but saying nothing, avoiding direct eye contact as she had done ever since she first determined, so many hours ago, back in the bedroom of the little bungalow on Ada Street, that the baby was floating, perched too high in the womb, stuck at a fetal station of minus three, running a small risk of cord prolapse that the Berkeley Birth Partners ordinarily would be inclined to take, carrying on with the mom’s plans for her home and vagina while they waited for the floater to descend, and even in the cloud of her pain and regret, the mother was not too far gone to notice how squirrelly Gwen was acting, and to wonder if perhaps Gwen felt herself to be somehow responsible for the turn things had taken, if her calm and supportive but somewhat reserved manner betokened some personal failure, or if perhaps Gwen secretly believed a C-section was unnecessary, had not wanted to transfer to the hospital, but for some reason felt like she could not speak up and so had to knuckle under to hospital policy, to her partner, even though the truth might very well be that floating babies were born at home all the time, all around the world, and turned out healthy and fine, but before the mom could ask Gwen what was going on, why she and Aviva did not appear to be on speaking terms except when some exchange of information became necessary, the room filled with strange new doctors whose air of consequence struck the dad as profound and frightening, while a team of nurses got busy with the magic act of converting the birthing bed into an operating table that was rolled through the door, trailing the dad, who had hold of his wife’s hand so tightly that Gwen was obliged to separate them, saying, “Okay, honey,” saying that it was time to let the mom turn this baby loose, then helping the dad into his scrubs and mask, getting him ready for the brief and relatively honorific series of duties whose execution would devolve upon him: cutting the umbilicus, taking pictures with his digital camera, rooting for good Apgars while his child squirmed under the french-fry lights, he, with Gwen and Aviva—the only three people in the building, the city, or the world, apart from the mom, who cared whether she gave birth through her vagina or through a slit in her belly—reduced to the three least powerful people in the room, an air of dreamy impotence permeating all the proceedings for the dad, who at one point, after the baby was hauled by the armpits from the hole in the mom, a girl at once entitled Rebekah with a K that would encumber her for the rest of her life, made the grave error, just as the doctors were reassembling his wife, of turning his head—he was supposed to be watching his daughter feel light, air, and water for the first time, the first day of creation—and saw things on the other side of the operating room that no husband was meant to see, blood-orange welter of Betadine and placenta and golden fat and chicken-white membrane, but in the end, apart from a disappointment that would linger for years in the mom’s heart like a burnt smell in a winter kitchen, everything was fine, a grainy fading vision of the smiling dad with the swaddled floater in his arms the last thing the mom saw before she closed her eyes, exhausted, down a pint, woozy, wheeled into the recovery room beside a tall slit window that gave onto a dazzle of implausibly green and blue afternoon, where the mom conked, and where she remained, still fucking whacked by some formidable opiate, when Gwen came in, stood by the bed, clasped the mom’s hands in both of her own, Gwen’s cool palms destined to linger afterward in some underlayer of the mom’s memory and then, minutes or centuries later, when the mom opened her eyes again, just before she turned her head from the afternoon dazzle of the window to greet her daughter and see about rustling her up a little milk, the mom saw a flicker of red in a live oak tree beside the parking lot, a savage red, a bird, a parrot! that stalked along a limb of the live oak, looking as if it were talking or even singing to itself, gathering itself together with a hint of fussiness and then regaining the sky, bearing for the herded hills with their pied coats, fixing a course that carried it over the duplex on Blake Street in whose master bedroom another father and son lay watching something together in lieu of conversation, side by side on the bed, propped up by pillows, faces lit by the screen of a laptop computer that the father balanced on his abdomen angled so that if they lay very close together, they could both get a good view of the movie, one of nine discs that Julie had dug out of the blaxploitation section at Reel Video and brought home by way of research for his Tarantino class at the Senior Center, this one, Strutter (1973), starring the current fugitives from the Bruce Lee Institute in the full flame of their youth as a gun-toting, ass-kicking, frequently coupling double shot of funky magnificence, Luther Stallings cast as the ex-marine Vietnam vet trained to the point of artistry in techniques of stealth, infiltration, and hand-to-hand combat, then court-martialed and dishonorably discharged after he intervened to prevent a (white) captain from raping a hamlet girl, set loose with his commando skill set in the world of banks, pirated art collections, shipments of bullion and jewels, who is stalked (the first film in the projected trilogy being an avowed blaxploitation twist on The Thomas Crown Affair) by the leggy, implausibly monikered, and scantily clad insurance investigator Candygirl Clark, who must betray him to collect her paycheck, the son delighting in the movie’s overall ambiance of insouciant cheapness, his father in its evocation of a time, a year, 1973, marveling at a string of little bits of the past (two-tone red-topped mailboxes, long rows of telephone booths in bus stations, old guys, routinely lounging around in suits and ties) that, without his noticing, had vanished as surely as mushrooms under the passing boot of Super Mario, father and son both impressed, and on a number of levels, by Valletta Moore, for her kung fu skills, for that orange outfit with midriff cutouts and the orange hip boots, for a touch of the doe- or even cross-eyed in her hard-ass glare, most of all impressed by the ineluctable cool of Luther Stallings in his prime, the way he underplayed every scene as if confident that he could meet its needs without resorting to words, the liner notes for the forthcoming DVD boxed edition of the trilogy (packed now in the back of the Toronado) explaining that, on the first day of shooting, Stallings (author of said liner notes) had borrowed a pen from the director (who later went on to direct hundreds of episodes of Trapper John, M.D., Knight Rider, and Walker, Texas Ranger) and crossed out 63 percent of his lines, violating every code and bylaw of the trade, possessing the gift, rife among failed geniuses (though you would find no such observation in the liner notes), of a strong sense of his own limitations, coupled with the championship kung fu, the snap and the acrobatics of it, its kinship to certain dance moves of James Brown—the Popcorn, for example—its message of bodily liberation from the harsh doom of physics, “so awesome,” as the son expressed it, noting several times in an approving way that made the father feel a squeeze of compassion for the son, the amazing resemblance between young Luther and Mr. Titus Joyner, so that when the movie was over, the father, closing the laptop, took an awesome Stallings-worthy leap of his own, plying the son with questions more pointed than usual about his friendship with young Mr.
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