Translation for "haba" to french
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- En veneciano es la fava, el haba.
— En vénitien, c’est la fava, le gros haricot.
Su visión a distancia era aún tan perfecta que habría podido distinguir un haba de un grano de maíz a cuarenta metros, pero a corta distancia cada vez veía menos.
Sa vision de loin était encore tellement parfaite qu’il aurait pu distinguer un haricot d’un grain de maïs posé sur un piquet de clôture à quarante mètres.
y lo mismo fava para designar la terminación bulbosa de ese órgano, porque se parece un poco a una haba; y cápela para el prepucio, que envuelve la fava como una capa pequeña.
de même, que fava désignât l’extrémité protubérante de cet organe qui ressemble en effet à un gros haricot ou à une fève me paraissait couler de source. Que l’on qualifiât de capela le prépuce me semblait également logique, cette enveloppe de peau entourant la fava à la façon d’un vestiaire ou d’une petite chapelle.
- Y ella me lo hizo, estrechando con su mano mi zab y empujando hacia arriba la piel de la cápela hasta donde llegaba, y luego un poquito más ¿Ves? Esto ensancha más el bulto de la haba. - Pero es muy incómodo. Casi duele.
Elle me montra, ceignant mon membre de sa main et tirant en arrière la peau du prépuce aussi loin qu’elle pouvait aller tout en enserrant un peu plus fort sa base entre ses doigts. — Tu vois ? Ton gros haricot enfle, visiblement. — Oui, mais ce n’est pas spécialement agréable, je te signale, et ça fait même mal.
Sable y su contable acababan de salir de un pequeño y caro restaurante, especialmente exclusivo, de Greenwich Village, donde la cocina era completamente nouvelle: un haba, un guisante y una tajada de pechuga de pollo estéticamente dispuestos en un plato de porcelana cuadrado.
Sable et sa comptable sortaient juste d’un petit restaurant de Greenwich Village, très cher et particulièrement exclusif, où la cuisine était tout ce qu’il y avait de plus nouvelle : un haricot vert, un petit pois et une lamelle de blanc de poulet, esthétiquement disposés sur une assiette carrée en porcelaine.
—Si esos polvos son lo que yo creo —dijo por fin Nopapadie con manifiesto asombro en la voz—, si se componen, como sospecho que así es, de la letal planta asiática de Khujli, mezclada, no me cabe duda, con el polvo de las semillas de la embriagadora, aunque rara, flor de Gudgudi del propio Alifbay… y si la Insultana ha añadido materia del nauseabundo grano de terciopelo, conocido en Alemania como «haba que pica», esporas del Abraxas demoníaco de Egipto, el Kachukachu de Perú, y sámaras del fatal Pipipi africano, si es así, tal vez estemos presenciando el final de la Plaga de Ratas del Mundo Mágico.
« Si la formule de cette poudre est bien ce que je pense, finit par dire Papapersonne, d’une voix pleine d’admiration, si elle est composée, comme je le crois, de la plante mortelle de Khujli d’Asie, mélangée, sans aucun doute, à de la poudre de graines de l’unique fleur de Gudgudi d’Alifbay, aussi puissante que rare… et si l’Insultane y a ajouté un soupçon d’Os Dégueulasse Empoisonné et de Haricot Magique Urticant venu d’Allemagne, de spores d’Abraxas Démoniaque d’Égypte, de Kachukachu du Pérou et de tournicotis du Fatal Pipipi Africain, alors on pourrait bien assister à la fin de l’invasion des Rats dans le Monde Magique.
¿Un pedazo de salchicha, un haba, un champiñón?
Un morceau de saucisse, une fève, un champignon ?
Era aquel haba, presa en la carne maciza e inconmovible de Speranza.
Il était cette fève, prise dans la chair massive et inébranlable de Speranza.
En el verano de 1714 el único alimento disponible era una especie de tortas amasadas con pieles de haba.
L’été 1714, le seul aliment disponible était des sortes de tourtes pétries avec des enveloppes de fèves.
Al día siguiente los niños se repartirían un bizcocho de álaga en el que previamente se escondía un haba en un saliente de la corteza.
Les enfants se partageraient le lendemain une galette d’épeautre où une fève se dissimulait dans une anfractuosité de croûte.
—Siembro los menstruos de la tierra en esta olla, donde hierve, con los despojos de un lepórido, la carne de las legumbres, la vianda del guisante, el haba.
– Je sème les menstrues de la terre dans ce pot où bouillotte, avec les abatis d’un léporide, la venaison des légumes, le gibier du petit pois, la fève.
Asimismo, en la cantina o en casas de amigos, me tragué u oculté en más de una ocasión (y hasta que fui mayor) el haba que había descubierto aterrorizada en mi trozo de roscón de reyes.
De même, à la cantine ou chez des amis, il m’est arrivé à plusieurs reprises (et ce jusqu’à un âge avancé) d’avaler ou de dissimuler la fève que je découvrais avec effroi dans ma part de galette des rois.
A los dos hermanos les gustaban mucho los «dedos de señora», unos plátanos enanos que se freían, y las «orejas de niño», unos cacahuetes muy rugosos en forma de haba que se hervían.
Les deux frères aimaient beaucoup les “doigts de dame”, des bananes naines que l’on faisait frire, et les “oreilles d’enfants”, des cacahuètes très rugueuses en forme de fève que l’on faisait bouillir.
Francesc Castellví, nuestro capitán de velluteros, me contó un experimento que hizo con un mendrugo de ese pan de pieles de haba: entregó un mendrugo a uno de los pocos perros que quedaban en la ciudad y el animal huyó ladrando de repulsa por la oferta.
Francesc Castellvi, notre capitaine des soyeux, me raconta une expérience qu’il avait faite avec un quignon de ce pain de fève : il en donna un à l’un des rares chiens qui restaient dans la ville, et l’animal s’enfuit en aboyant.
AL DECLINAR el sol de un día de diciembre, mientras Juan de Flandes estaba con dos hidalgos del mesón en la plaza mayor, vino hacia él una enana española de piel colorada y pelo ensortijado sobre la frente y las sienes, grandes ojos rojos y dientes de haba que no podían cubrir los labios gruesos.
Un jour de décembre, au coucher du soleil, Juan de Flandes se trouvait sur la grande place en compagnie de deux hidalgos de l’auberge, lorsqu’une naine espagnole s’approcha de lui. Elle avait un visage rougeaud, des cheveux frisés sur le front et les tempes, de grands yeux rouges et des dents pareilles à des fèves que des lèvres charnues ne parvenaient pas à cacher.
Nedra como un pajarillo herido con su mandíbula rota, los nombres de los caballos, la sonrisa de Lucas en el retrovisor, su gran sable de cartón dorado, el campanario de la iglesia, los rectángulos de tiza en los troncos de los castaños, la carta de amor que Alexis guardaba en su cartera, el sabor del Port Ellen, los chillidos de uno de los bellezones cuando Leo había querido mojarla con su espray «Señuelo de jabalí, aroma a jabalina en celo», el olor de las gominolas de fresa fundiéndose a la brasa, el chapoteo del agua en la noche, la noche bajo las estrellas, las estrellas que ese hombre del que Kate había querido un hijo pretendía conocer, los burros del Jardín de Luxemburgo, el Quick al que tantas veces había llevado a Mathilde, la juguetería de la calle Cassette ante cuyo escaparate se habían quedado extasiados ellos también y que se llamaba Erase una vez…, las moscas muertas en las habitaciones de los mozos de cuadra, el tonto del haba de Mathew que no había sabido aislar el ADN de la felicidad, la curva de la rodilla de Kate cuando había ido a sentarse a su lado, el abordaje que había seguido, la perplejidad de Alexis, esa funda que ya nunca abría, la sonrisa triste del Gran Perro, el ojo torvo de la llama, el ronroneo de ese gato que había acudido a sacarlo de su tristeza inconsolable, la vista que se extendía ante sus cuencos de café esa mañana, la muralla de seguridad en la que Corinne había circunscrito a su fragilísimo marido, la risa de su Marión que bien pronto la derrumbaría, la manera que tenía de soplarse sobre el mechón de pelo aunque lo llevara bien recogido, el griterío de los niños y el estruendo de las latas de conserva en el patio, el rosal Wedding Day que se caía a pedazos bajo la pérgola, los vestigios de Pompeya, la danza de las golondrinas y las quejas de la lechuza cuando habían evocado a Nino Rota, la voz de Nounou mandándolos a la cama por última vez, la vejiga del camionero, el viejo profesor que había dejado en la mejilla de su hija pequeña la impronta de un hermoso efebo, el sabor de la fruta tibia que nunca había probado, ese polo que ya no se pondría más, el pronóstico de Rene, el jaleo que montaron todos sobre la báscula de la estación, el ratón en la alfombra del salón, los diez niños con los que habían cenado la víspera, los deberes bajo la lámpara de la cocina y el visto bueno que no le habían dado, ese puente que se vendría abajo algún día y los aislaría definitivamente del mundo, la belleza de las armaduras, las manchas de liquen gris verdoso sobre las piedras de la escalera, su tobillo al lado, la forma de las cerraduras, la delicadeza del perfil de las molduras, el siniestro total del coche, sus dos noches en un hotel cerca del velatorio, el taller de Alice, el olor de las zapatillas de deporte chamuscadas, el lunar que tenía en la nuca que lo había obsesionado mientras habían durado sus confidencias, como si Anouk le guiñara un ojo cada vez que reía o lloraba, la resistencia al impacto de Yacine y la de todos ellos, el aroma de la madreselva y las claraboyas «a la capuchina», el pasillo del primer piso, en cuya pared todos habían escrito sus sueños, el sueño de Kate, el pésame del policía, las urnas en el silo, los preservativos entre los terrones de azúcar, el rostro de su hermana, esa vida que había abandonado, esas camas que había acercado unas a otras, ese pasaporte que debía de haberle caducado ya, sus sueños de abundancia que la habían dejado estéril, el grosor de las paredes, el olor de la almohada de Samuel, la muerte de Esquilo, los faros en la noche, sus sombras, la ventana que Kate había abierto, el…
Nedra en oiseau blessé avec sa mâchoire béante, les noms des chevaux, le sourire de Lucas dans le rétroviseur, son grand sabre en carton doré, le clocher de l’église, les rectangles de craie à l’assaut des marronniers, la lettre d’amour qu’Alexis gardait dans son portefeuille, le goût du Port Ellen, les hurlements d’une des grandes gigues quand Léo avait voulu l’asperger de son spray « Leurre pour sanglier, odeur de la laie en chaleur », celle des fraises Tagada qui fondaient au bout de leurs bâtons, les clapotis de la rivière dans la nuit, la nuit sous les étoiles, les étoiles que cet homme dont elle avait voulu un enfant prétendait reconnaître, les ânes du jardin du Luxembourg, le Quick où il avait si souvent emmené Mathilde, le magasin de jouets de la rue Cassette devant lequel ils avaient rêvé eux aussi et qui s’appelait Il était une fois…, les mouches crevées dans les chambres des palefreniers, ce bécassou de Matthew qui n’avait pas su isoler l’ADN du bonheur, l’arrondi de son genou quand elle était venue s’asseoir près de lui, l’abordage qui avait suivi, le trouble d’Alexis, cet étui qu’il n’ouvrait plus, le sourire triste du Grand Chien, l’œil torve du lama, le ronronnement de ce chat qui était venu le sortir de son inconsolable chagrin, la vue depuis leurs bols ce matin, la muraille de beaufitude dont Corinne avait circonscrit son très fragile mari, le rire de leur Marion qui viendrait bientôt pulvériser tout ça, la façon qu’elle avait de toujours souffler sur sa mèche même quand ses cheveux étaient bien attachés, les cris des enfants et le vacarme des boîtes de conserve sous le préau, le rosier Wedding Day qui croulait devant la tonnelle, les vestiges de Pompéi, la danse des hirondelles et les coups de balai de la chouette quand ils avaient rappelé Nino Rota, la voix de Nounou qui les avait envoyés se coucher une toute dernière fois, la vessie du camionneur, le vieux professeur qui avait laissé sur la joue de sa cadette l’empreinte d’un bel éphèbe, le goût des fruits tièdes qu’il n’avait jamais connu, ce polo qu’il ne remettrait plus, la prédiction de René, leur boxon sur la balance, la souris dans le tapis, les dix enfants avec lesquels ils avaient dîné la veille, les devoirs sous la lampe et l’agrément qu’on lui avait refusé, ce pont qui s’effondrerait un jour et les couperait définitivement du monde, la beauté des charpentes, les taches de lichens vert-de-gris sur les pierres de l’escalier, sa cheville à côté, le dessin des serrures, la délicatesse des modénatures, l’épave de la voiture, ses deux nuits dans un hôtel près du funérarium, l’atelier d’Alice, l’odeur des baskets braisées, le grain de beauté qu’elle avait dans la nuque et qui l’avait obsédé tout le temps de sa confidence, comme si Anouk lui faisait de l’œil à chaque fois qu’elle tombait dans ses paumes pour en rire ou en pleurer, la résilience du petit Yacine, leur résilience à tous, l’odeur du chèvrefeuille et les lucarnes « à la capucine », le couloir du premier étage sur le mur duquel ils avaient tous écrit leurs rêves, son rêve à elle, les condoléances du militaire, les urnes dans la grange, les préservatifs dans les morceaux de sucre, le visage de sa sœur, cette vie qu’elle avait abandonnée, ces lits qu’elle avait rapprochés, ce passeport qui devait être périmé, ses rêves d’abondance qui l’avaient rendue stérile, l’épaisseur des murs, l’odeur de l’oreiller de Samuel, la mort d’Eschyle, les phares dans la nuit, leurs ombres portées, la fenêtre qu’elle avait ouverte, le…
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