Translation for "discurriendo" to french
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aún mantenían el orden en el que partieron de puerto, situada la Ringle a sotavento de la Surprise, como corresponde a un buque de pertrechos. Era navegación en estado puro, con un cabeceo y balanceo regular y suave, el agua discurriendo por los costados y el toque de arpa en las tensas escotas y los obenques a barlovento; arriba, en el firmamento, allá donde quiera que miraran, la luna y las estrellas iluminaban más si cabe su constante marcha.
ils étaient toujours dans l’ordre du départ, le Ringle sous le vent de la Surprise comme il convient à une annexe. C’était le pur bonheur de la navigation avec une levée et un roulis réguliers, la course de l’eau le long des flancs, le chant du vent dans les écoutes tendues et les haubans, la lune et les étoiles accomplissant leur trajet régulier au travers d’un ciel dégagé : de l’étrave à la hanche, puis une pause, puis retour.
Había estado discurriendo hacia el oeste al atardecer; el Salto, avanzando contracorriente, tenía el ocaso a sus espaldas.
A l’heure du crépuscule, il m’avait paru s’orienter nettement à l’ouest. Nous remontions son cours et le Skip se silhouettait sur fond de soleil couchant.
Winkler limpiaba la casa, combatía el desorden en todas sus formas, el motor chirriante, el césped sin rastrillar. Todo el caos del mundo acechando detrás de la valla de su jardín trasero, colándose por los agujeros de la madera; el río Chagrin discurriendo veloz al fondo, detrás de los árboles.
Winkler nettoyait la maison, combattait le désordre sous toutes ses formes – le moteur mal réglé, la pelouse pleine de feuilles mortes, tout le chaos du monde se pressant derrière la clôture de leur arrière-cour, s’insinuant par les interstices, et la rivière qui coulait là-bas, derrière les arbres.
Durante largos y provisionales momentos nada más despertarse era como si nunca se hubiera ido; y a menudo se preguntaba si, en un mundo divergente, no lo había hecho, si no seguía viviendo en Ohio, poniendo guías a plantas de tomate en el jardín trasero, el Newport oxidándose en el camino de entrada, el río discurriendo inocente en paralelo a la calle.
Pendant les longs moments incertains qui suivaient son réveil, il avait l’impression qu’il n’était jamais parti, et il se demandait souvent s’il se pouvait que, dans un monde parallèle, il soit en effet resté – qu’il soit toujours en Ohio, en train d’installer des tuteurs pour les plants de tomates de l’arrière-cour tandis que la Newport rouillait dans l’allée et que la rivière coulait innocemment au bout de la rue.
A la vera de esa aldea vemos además algunos de sus atributos clásicos: una pequeña carretera, un camino y un puente probablemente destinado a salvar el río que, discurriendo hacia el sur, ha abierto la hondonada.
Attenants à ce hameau se laissent d’ailleurs voir quelques-uns de ses attributs classiques : une petite route, un chemin, un pont sans doute chargé d’enjamber la rivière qui, courant vers le sud, a creusé le ravin.
A su alrededor se elevaron las conversaciones, y alguien que mirara desde arriba se daría cuenta de que las corrientes de la fiesta estaban discurriendo de tal manera que dejaban un camino amplio y abierto desde la puerta hasta Winder, cuyas piernas se negaban a moverse.
Autour de lui, les conversations montèrent, et un observateur aérien aurait pu noter que les courants des invités dérivaient de façon à laisser un large chemin sans obstacle menant directement de la porte à un Patricien dont les jambes refusaient de bouger.
De modo que seguía allí, confundido pon las sombras de la tapia, junto al portillo del pasadizo qué, discurriendo entre el convento de la Encarnación, la plaza de la Priora y el picadero, comunicaba el ala norte el Alcázar Real con las afueras de la ciudad. Esperando.
De sorte que je demeurais là, me confondant avec les ombres du mur, près de l’entrée du passage qui, courant entre le couvent de l’incarnation, la place de la Priora et le manège, reliait le nord de l’Alcazar royal aux faubourgs de la ville. J’attendais.
Y, sin embargo, cuando se echa aunque sea una rápida ojeada a la historia moderna de Haití, se vislumbra, como una corriente de agua clara discurriendo entre las hecatombes y carnicerías cotidianas, una constante esperanzadora: cada vez que tuvo ocasión de expresar lo que quería en comicios más o menos limpios, ese pueblo de analfabetos y miserables eligió bien, votó a favor de quienes parecían representar la opción más justa y más honrada y en contra de los verdugos, corruptos y explotadores.
Et pourtant, quand on jette ne serait-ce qu’un rapide coup d’œil à l’histoire moderne de Haïti, on aperçoit, comme un courant d’eau claire s’écoulant entre les hécatombes et les massacres quotidiens, une constante pleine d’espoir ; chaque fois qu’il a eu l’occasion d’exprimer ce qu’il voulait lors de comices plus ou moins propres, ce peuples d’analphabètes et de misérables a fait le bon choix, il a voté en faveur de ceux qui semblaient représenter l’option la plus juste et la plus honnête et contre les bourreaux, corrompus et exploiteurs.
Torn se había ido en el tractor a ver una cerca rota, y allí estaba aquel arroyo deliciosamente frío que habíamos vadeado con el rebaño un poco más arriba, discurriendo cristalino sobre guijarros y lascas de pizarra, con un sirio debajo de un saliente lo bastante hondo para nadar… No pude resistir la tentación, me quité toda la ropa y me zambullí, qué delicia… los dos collies Border me miraban con envidia desde la orilla, jadeando de calor, con las lenguas colgando pero perfectamente adiestrados para no moverse hasta que yo les llamé para que acudieran, «¡Vamos!», y se precipitaron hacia el agua ladrando y chapotearon hacia mí con los hocicos en el aire y me rodearon dando vueltas como si yo fuese una oveja descarriada… Les engañé sumergiéndome y apareciendo detrás de ellos, y me reí de júbilo al ver su sorpresa, y me tumbé panza arriba y floté contemplando el azul infinito del cielo veraniego, fluyendo a merced de la corriente hasta que llegué a los bajíos y noté que los cantos en el lecho del arroyo me rascaban suavemente la espalda… Me levanté y empecé a vadear río arriba hacia el lugar profundo, con los perros retozando y salpicando en mis talones, y entonces advertí de repente la presencia de Martha en la orilla más lejana, sentada en su bici con un pie en el suelo, observándome con una sonrisa que se ensanchó ampliamente cuando me detuve y me apresuré a taparme la entrepierna con las manos, como un futbolista que encara un tiro libre… Me gritó que dónde estaba Torn y cuando se lo dije se fue pedaleando y saludando con la mano… Permanecí inmóvil en el agua, con las manos encima de la polla hasta que ella se perdió de vista… empezaba a elevarse y a endurecerse mientras me preguntaba cuánto tiempo habría estado observándome con aquella sonrisa en la cara, y después de una rápida ojeada alrededor para cerciorarme de que no había nadie más mirando, me hice una paja, expulsando mi semilla al aire soleado y al arroyo que fluía aprisa, observado tan sólo por los perros pacientes, desprovistos de curiosidad y de reproche. Porque Martha me gustaba, oh, sí, pero hasta aquel día no me había atrevido a confiar en que ella me correspondiese, aunque siempre era amable conmigo, me servía en la mesa exquisiteces y me preguntaba si tenía ropa que lavar, y me planchaba las camisas mejor que mi madre, y yo sabía que ella me apreciaba, pero en definitiva era una mujer casada que me doblaba la edad… Tom, sin embargo, era mayor que ella y según Martha no se interesaba mucho por el sexo ni valía gran cosa en la materia… «Diez minutos una noche de domingo es más o menos su límite…». En la madurez se había casado con una mujer joven con la esperanza de engendrar un hijo a quien dejar la granja, y cuando los hijos no llegaron perdió todo interés, culpó a Martha de ser estéril, o al menos eso me dijo ella un día, se negó a considerar que el problema podría ser él, se negó a hacerse análisis de esperma, se cerró en banda para hablar del asunto, aunque se pasaba —o quizás porque se pasaba— la mayor parte de sus días de trabajo organizando el apareamiento de las ovejas… De modo que era la situación clásica, el marido mayor y la joven esposa retozona, el pupilo joven rebosante de lefa, sólo diecisiete años, todavía un colegial pero, como Martha dijo, o más bien susurró, «grande para tu edad, amor», un colegial del sur de Londres que había sido enviado a vivir en una granja de Dales por motivos de salud, para respirar aire puro y hacer ejercicio después de un acceso de fiebre glandular…, idea de nuestro médico de cabecera. Torn era un pariente lejano suyo… y tampoco era mala idea, crecí fuerte y ágil gracias al trabajo, caminaba kilómetros cada día por los Dales, subía pendientes escarpadas, luchaba con las ovejas para inspeccionarles la podredumbre de lai^ patas, las sujetaba mientras Torn les sajaba el tejido infectado…, mis músculos se endurecieron, mis hombros se cuadraron, debí de causarle muy buena impresión a Martha cuando vadeé en cueros el arroyo, de hecho me dijo más tarde: «Como una estatua en un museo, como uno de esos dioses griegos esculpidos en mármol blanco…». Vi la franca admiración en su sonrisa mientras me observaba desde su bicicleta, y por eso me sorprendió tanto cuando aquel día en la cocina… aunque todavía apenas podía creer en mi fortuna, aún hoy me cuesta creerlo, un colegial de diecisiete años cuyo cuerpo era una central eléctrica de testosterona continuamente a punto de fundirse y cuya mente… cuya mente era un teatro pornográfico que nunca cerraba sus puertas… pero cuya experiencia sexual no pasaba de besos de tornillo a la hora del almuerzo con chicas del instituto gemelo al nuestro, que estaba un poco más arriba de la calle, y quizás, con un poco de suerte, de estrujarles las tetas por debajo de las chaquetas de sarga de su uniforme… perder mi virginidad con una mujer experimentada y caliente y totalmente madura… que se reía y me decía que no me preocupase si me vaciaba antes de tiempo, como yo hacía inevitablemente… pero me estoy adelantando… por dónde iba, ah, sí, aquel día Torn y Sol, su pastor, fueron al mercado y yo me quedé solo en la granja con Martha y entré en la cocina para el almuerzo y me senté a la mesa de pino, con sus vetas de madera acanaladas por años de fregoteos, mientras ella me servía y luego se sentaba a observar cómo comía, yo era consciente, a pesar de mi inexperiencia, consciente de que el aire estaba cargado de invitación sexual…, estaba en el cimbreo de las caderas de Martha mientras se movía por la cocina, estaba en la ausencia del delantal descolorido de flores estampadas que solía ponerse, lo cual me permitía ver la forma de su sujetador debajo de la blusa ceñida y la más ligera sugerencia de escote allí donde un botón que habría podido estar abrochado había sido dejado suelto, estaba en el olor a champú de su cabello recién lavado cuando se encorvaba por encima de mi hombro para ponerme delante un plato de jamón y queso, y en la tenue sonrisa que retozaba en sus labios mientras sorbía una taza de té y me observaba comer desde el otro lado de la mesa, charlando de un modo informal de cosas que yo apenas escuchaba… No, no fue una sorpresa total que cuando me levanté para volver al trabajo ella me detuviera recurriendo a una de las argucias más viejas del código: «Creo que tengo algo en el ojo;
elle m’a lancé tandis que je restais bouche bée comme un crétin. Pas de quoi être intimidé, ce sera pas la première fois que je te verrai tout nu ! » Elle faisait allusion au jour où elle m’avait vu me baigner dans le ruisseau avec les chiens… une chaleur étouffante, on venait de conduire le troupeau dans un nouveau pâturage, les moutons broutaient voracement l’herbe vierge et succulente, Tom était parti sur son tracteur pour réparer une clôture et il y avait là ce ruisseau d’une fraîcheur délicieuse qu’on avait franchi à gué en amont avec les bêtes, un flot limpide qui coulait sur les galets et les plaques d’ardoise, dans un creux de la berge il formait un petit bassin assez profond pour nager… je n’ai pas pu résister, j’ai enlevé tout ce que j’avais sur moi pour me jeter à l’eau, quel délice… sur la rive les deux colleys m’observaient avec envie, haletants, la langue pendante, mais trop bien dressés pour bouger avant que je les appelle : « Venez, les chiens ! », et là ils se sont précipités dans le ruisseau en jappant pour barboter jusqu’à moi, le museau levé, et me tourner autour comme si j’étais un mouton égaré… histoire de les feinter, j’ai plongé et surgi derrière eux en rigolant de leur surprise, puis j’ai fait la planche, les yeux levés sur le bleu infini du ciel d’été, en me laissant dériver dans le courant jusqu’à ce que je sente les pierres du fond me racler doucement le dos… Je me suis mis debout pour remonter en pataugeant vers le bassin avec les chiens qui gambadaient et soulevaient des gerbes d’eau à mes pieds, lorsque soudain j’ai découvert Martha immobile sur la rive opposée, chevauchant son vélo, un pied appuyé par terre, me regardant avec un sourire qui s’est élargi quand, pétrifié, j’ai précipitamment plaqué les mains sur mon bas-ventre comme un footballeur face à un tir de coup franc… Elle m’a demandé où était Tom et puis elle est partie en agitant le bras… Jusqu’à ce qu’elle ait disparu, je suis resté figé dans l’eau, les mains sur ma queue… je me suis mis à bander en me demandant depuis combien de temps elle m’avait maté avec ce sourire sur la figure et, après m’être assuré d’un bref coup d’œil que personne d’autre ne m’observait, je me suis branlé et j’ai projeté ma semence dans les rayons du soleil et dans l’eau pure, sous le seul regard patient des chiens, ni voyeurs ni censeurs. Car Martha me plaisait, et comment, mais jamais auparavant je n’avais osé espérer que ce pouvait être réciproque, malgré sa gentillesse à mon égard, les bons morceaux qu’elle me servait à table et sa façon de me demander si j’avais du linge à laver, de me repasser mes chemises mieux que ma mère, oui, je savais qu’elle m’aimait bien, seulement elle avait un mari et le double de mon âge… Toutefois, Tom était plus vieux que Martha et, d’après elle, pas très branché sur la baise, ni très brillant… « Dix minutes le samedi soir, pour lui, c’est un maximum… » Il s’était marié à l’âge mûr avec une jeune femme dans l’espoir d’avoir un fils qui reprendrait la ferme, faute de quoi il s’en était désintéressé, accusant Martha d’être stérile, m’avait-elle dit un jour, il refusait d’envisager que le problème pouvait venir de lui, il refusait de faire analyser son sperme, il refusait d’aborder la question, en dépit ou peut-être à cause de tout le temps qu’il passait à organiser la saillie des brebis… C’était donc la situation classique, le mari plus âgé, la jeune épouse pleine de tempérament, le petit pensionnaire puceau qui ne pensait qu’à ça, dix-sept ans, encore un gamin mais, comme le dit ou plutôt le murmura Martha, « bien développé pour ton âge, chéri », un adolescent londonien qu’on avait envoyé séjourner dans la ferme d’un éleveur de moutons du Yorkshire pour qu’il se rétablisse d’une mononucléose infectieuse grâce à l’air pur de la campagne et à l’exercice physique… une idée de notre médecin de famille, Tom était un vague cousin à lui… pas une mauvaise idée, d’ailleurs, le travail me rendit vigoureux, les kilomètres à pied à travers les collines, l’escalade des pentes escarpées, le corps à corps avec les moutons pour la nécrose du pied, il fallait les immobiliser à terre pendant que Tom curait les tissus infectés… mes muscles se renforçaient, mes épaules se redressaient, Martha avait dû me trouver bien bâti quand je pataugeais tout nu dans le ruisseau, c’est en fait ce qu’elle m’a dit par la suite : « Comme une statue dans un musée, un de ces dieux grecs en marbre blanc… » Tandis qu’elle m’observait de la rive sur son vélo, j’avais lu dans son sourire une franche admiration, ce n’était donc pas tout à fait une surprise, ce jour-là dans la cuisine… même si je n’en croyais pas ma veine, aujourd’hui encore j’ai du mal à y croire, sans blague, un gamin de dix-sept ans dont le corps était une vraie centrale électrique à testostérone constamment au bord de l’explosion, et l’esprit… l’esprit, un film porno permanent… mais dont l’expérience sexuelle se limitait aux baisers sur la bouche échangés au coin de la rue à l’heure du déjeuner avec les filles du lycée, et peut-être, si elles se laissaient faire, à leur palper la poitrine sous le blazer d’uniforme… quelle veine d’être dépucelé par une femme expérimentée, au sang chaud… laquelle a rigolé et m’a dit de ne pas m’en faire lorsque j’ai éjaculé prématurément, chose inévitable… mais là j’anticipe, où en étais-je ? Ah !
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