Translation for "atendidos en" to french
Translation examples
—¿Has atendido antes algún parto, cuñada?
— As-tu déjà assisté un accouchement, ma sœur?
Ojalá la madre de Julia hubiera sido atendida por alguien con sus conocimientos y habilidad…
Il aurait aimé que la mère de Julia ait pu être assistée par quelqu’un de sa compétence.
Atendidos por sus compañeras, había viejos machos monógamos, calvos y bigotudos, llenos de cicatrices producto de los combates.
Assistés de leurs compagnes, c'étaient de vieux morses monogames chauves et moustachus, tout balafrés par les combats.
Ahora era media tarde y Andrea había acudido ya a tres regiones ejecutivas y atendido dos llamadas de administradores regionales.
C’était le début de l’après-midi et Andrea avait déjà assisté à trois réunions stratégiques et deux audioconférences avec des administrateurs régionaux.
Ese viejo médico brujo vivía en horrible aislamiento, en la cima de la neblinosa meseta de Mlanje, atendido sólo por sus acólitos.
Le vieux sorcier, réduit au plus complet dénuement, vivait dans les hauteurs humides du plateau Mlanje assisté par des fidèles.
Me habían obligado a darme una ducha abrasadora en un baño atendido por un par de negros gordos con camisa hawaiana y sombrero de paja.
On m’avait obligé à prendre une douche brûlante dans une arrière-salle, jovialement assisté de deux gros Noirs en chemises hawaiiennes et canotiers éraillés.
Había atendido suficientes casos para haber visto a particulares con la boca reseca de pánico, apenas capaces de testificar en presencia del solemne esplendor de la ley.
Il avait assisté à assez d’audiences pour avoir vu des gens affolés, la gorge sèche, à peine capables de témoigner face au solennel apparat de la justice.
Se comunicó con el doctor Houghton de Aylesbury, que había atendido al viejo Whateley en su último trance; las últimas palabras del abuelo, tal como fueron citadas por el médico, le dieron mucho que pensar.
Il entra en rapport avec le Dr Houghton, d’Aylesbury, qui avait assisté à la fin du vieux Whateley, et trouva ample matière à réflexion dans les dernières paroles du mourant.
Al llegar al lugar en que lo había visto, la puerta giratoria del hotel Merchants soltó a un vejestorio de rostro pálido, atendido por el portero que había sido testigo de mi encuentro con Grenville Milton.
Quand j’atteignis l’endroit où il s’était tenu, la porte à tambour de l’hôtel laissa passer un vieillard au visage de craie, escorté par le portier qui avait assisté à ma rencontre avec Grenville Milton.
En Topaz había atendido varios partos y cada vez que recibía a una criatura recién nacida sentía la misma sensación de éxtasis, lo más parecido a una revelación divina que podía imaginar.
À Topaz, elle avait assisté à divers accouchements et, chaque fois qu’elle avait pris dans ses bras un nouveau-né, elle avait éprouvé une sensation d’extase, au plus près d’une révélation divine telle qu’elle pouvait l’imaginer.
Acompañado de extraños presagios y atendido por brujas y hadas madrinas. Pues no, ni mucho menos.
Accompagné d’étranges présages, en présence de sorcières et de mes marraines les fées. Mais non. Pas du tout.
Resultaba natural que ellos estuviesen aquí, resultaba natural que yo experimentase esta nueva alegría de tenerles a los dos en este lugar donde mis tenebrosas y sarcásticas plegarias suplicando la redención habían sido atendidas.
Il me semblait naturel qu’ils soient là, que je savoure la joie nouvelle de leur présence dans cette pièce où mes lugubres et sarcastiques prières de rédemption avaient été exaucées.
El terror de la pobre señora Vincy ante aquellas señales de peligro encontró desahogo en las primeras palabras que se le ocurrieron. Se consideró «maltratada por el señor Wrench, que durante tantos años había atendido a su familia, dado que lo habían preferido al señor Peacock, aunque el señor Peacock fuese igualmente amigo suyo.
En présence de ces indications et d’un danger possible, la pauvre mistress Vincy, affolée de terreur, déclara abominable le procédé de M. Wrench, lui qui avait soigné leur maison pendant tant d’années, lui qu’on avait préféré à M. Peacock, bien que M. Peacock fût aussi leur ami.
Por suerte la mesera estuvo presta a mi lado, con la cuenta en mano, preguntándome si ya no iba a esperar a mi amigo, con un dejo que me hizo pensar que a ella no le importaba que yo permaneciera otro rato sino que mi amigo llegara, por lo que intuí que la mesera tenía ilusión de ver a míster Rábit, agraciado con cierta prestancia y con quien yo había bebido la ocasión anterior en esa misma mesa donde ella nos había atendido, y que no se refería al Negro Félix, que era prieto y feo.
Heureusement la serveuse a surgi sans tarder, l’addition à la main, en me demandant si je n’avais plus l’intention d’attendre mon ami, d’une façon qui m’a fait penser que ce n’était pas ma présence qui l’intéressait, sinon l’arrivée de mon ami, d’où j’ai déduit que la serveuse espérait voir mister Rábit, qui avait pour lui une certaine prestance et avec lequel j’avais déjà bu à cette même table où elle s’était occupée de nous, et qu’elle ne faisait donc pas allusion au Negro Félix, qui était moche et basané.
Cuando, por ejemplo, desliza en una conversación —a poder ser con testigos— que su marido conduce mucho mejor que ella, ya puede disponer de chófer vitalicio, sin más que esa simple observación (las autopistas y carreteras abundan en mujeres con marido-chófer). Cuando una mujer dice que, «por ser mujer», no puede ir sola a un determinado local (teatro, sala de conciertos), lo que no puede es dar una sola explicación razonable de ello —pues las mujeres son atendidas en los restaurantes tan bien o tan mal como los varones, y para no ser «molestadas», como ellas dicen, les basta con no vestirse provocativamente—, pero esa confesión le vale un lacayo que la llevará, como si fuera un estadista extranjero, de la puerta de su casa a la del local o restaurante, le conquistará una mesa, le compondrá la minuta, la entretendrá y al final le pagará la cuenta.
Par exemple, il lui suffit de glisser au cours d’une conversation, de préférence en présence de témoins, que son mari conduit tellement mieux qu’elle leur voiture commune, pour que cette simple remarque lui fournisse un chauffeur à vie (les autoroutes fourmillent de femmes dont le mari est transformé en chauffeur ). Elle peut encore dire qu’« en tant que femme », il lui est vraiment impossible d’aller seule au théâtre ou au concert ; il n’existe en faveur de cette affirmation aucun argument rationnel, comme pour le restaurant où les femmes sont servies tout aussi bien ou tout aussi mal que les hommes, et si elles ne veulent pas être « importunées », comme elles disent, elles n’ont qu’à s’habiller de façon moins excitante ; mais grâce à de tels aveux, les voici pourvues d’un laquais qui les amène en voiture, comme une invitée d’Etat, jusqu’à la porte même du local, qui se bat pour leur procurer une table libre, leur compose leur menu, leur fait la conversation et finalement règle l’addition.
Y los encuentros de X con su suegro, siempre que X acompaña ahora a su mujer en sus incesantes visitas a la habitación de enfermo del viejo en la opulenta casa neorrománica que él (es decir, el viejo) y su mujer tienen en la otra punta de la ciudad (en lo que parece una galaxia económica completamente distinta) respecto a la casa más bien modesta de los X, resultan especialmente atroces, por todas las razones antes mencionadas, a las que se añade el hecho de que el suegro de X —que, a pesar de que en esa fase de su enfermedad, está recluido en una cama de hospital ajustable especial de primerísima calidad que la familia ha llevado a la casa, y siempre que X va a verlo está postrado por la enfermedad en esa cama especial de alta tecnología y atendido por un técnico portorriqueño especialista en enfermos desahuciados, sin embargo siempre está inmaculadamente afeitado, acicalado y ataviado, con un doble nudo Windsor en su corbata del club y sus trifocales con montura de acero perfectamente limpias, como si se mantuviera preparado para saltar en cualquier momento, ordenarle al portorriqueño que le trajera su traje Signor Pucci y su toga de juez y regresar al Tribunal Fiscal del Distrito Séptimo para seguir tomando decisiones despiadadamente bien razonadas, un porte y una indumentaria que la familia consternada parece percibir de forma unánime como una señal más de la dignidad sobrecogedora, el dum spero joie de vivre y la fuerza de voluntad del viejo—, el hecho de que el suegro siempre parece mostrarse ostensiblemente frío y arrogante en sus modales hacia X durante estas visitas obligadas, mientras que a su vez X, de pie y sumamente incómodo detrás de su mujer mientras a esta le hacen un ademán suplicante para que se incline sobre la cama del enfermo igual que una cuchara o una vara de metal es conminada a doblarse hacia delante por la escalofriante fuerza de voluntad de un mentalista, normalmente se siente abrumado en primer lugar por la alienación, luego por el disgusto y el resentimiento y finalmente por una verdadera malevolencia hacia el viejo de mirada férrea que, la verdad sea dicha, X siempre ha creído secretamente que era un gilipollas de primera categoría, y ahora siente que un simple destello de las gafas trifocales del suegro le molesta, y no puede evitar sentir odio hacia él; y el suegro, a su vez, parece captar el odio involuntario de X y responde mostrando de forma inequívoca que no se siente en absoluto contento, animado o respaldado por la presencia de X y que desearía que X no estuviera allí en la habitación con la señora X y el flamante técnico en enfermos desahuciados, un deseo que X siente que comparte amargamente en su interior por mucho que se esfuerza en mostrar una sonrisa todavía más amplia, compasiva y generosa dirigida a la habitación en general, de forma que X siempre se siente confuso, asqueado y colérico en la habitación de enfermo del viejo con su mujer y siempre termina preguntándose qué demonios está haciendo allí. Sin embargo, como es obvio, a X le produce unos remordimientos considerables el hecho de sentir ese disgusto y ese resentimiento en presencia de un humano semejante y un pariente legal que está deteriorándose de forma continuada e inoperable, y después de cada visita a la resplandeciente cabecera, mientras lleva en coche en silencio a su consternada esposa, X se castiga a sí mismo en secreto y se pregunta dónde están su decencia y su compasión fundamentales.
Et quand X voit son beau-père, à l’occasion des visites incessantes auxquelles il escorte sa femme, dans la chambre de malade aménagée dans son (c.-à-d. celle du vieux monsieur) opulente résidence néoromane sise à l’autre bout de la ville (et, ce lui semble, dans une tout autre galaxie économique, à des années-lumière), très loin de la demeure plutôt modeste des X, l’expérience est insoutenable, pour toutes les raisons citées plus haut, et ce d’autant que le père de la femme de X – lequel, bien qu’il demeure à ce stade confiné au lit d’hôpital télécommandé dernier cri installé par sa famille, une aide-soignante portoricaine postée à ses côtés, est cependant toujours rasé de près, vêtu et coiffé avec grand soin, le double Windsor de sa cravate club impeccablement noué, les triple foyer à monture d’acier immaculées, comme s’il se tenait prêt à sauter du lit dans le costume Signor Pucci et la robe d’avocat qu’il aurait exigés de la Portoricaine pour retourner au tribunal d’instance du septième district rendre quelques derniers verdicts implacablement syllogisés, mise et maintien que dans son égarement la famille semble interpréter comme une preuve supplémentaire de la dignité déchirante et de la joie de vivre dum spiro du vieil oiseau de proie, et de son inflexible volonté – d’autant que le beau-père, donc, semble toujours réserver à X une froideur et une distance démonstratives lors de ces visites charitables et lui, sentinelle maladroite derrière sa femme qui s’incline au-dessus du lit, les larmes aux yeux, au-dessus du malade telle la petite cuillère ou la barre de métal attirée et tordue par la puissance maléfique du médium, lui se sent d’abord submergé par un sentiment d’exclusion puis de dégoût, tenaillé par le ressentiment et le désir de faire du mal au vieux monsieur aux prunelles d’acier qu’il a, à vrai dire, toujours tenu in petto pour un connard de la pire espèce, et il découvre maintenant qu’il suffit d’un reflet sur les triple foyer du beau-père pour l’attiser, cette haine qu’il n’a jamais pu étouffer ; et de son côté le beau-père, percevant sans doute la haine secrète et involontaire de X, lui fait sentir qu’il n’éprouve aucune joie à le voir, ne tire nul réconfort ni soutien de sa présence et préférerait qu’il ne soit pas dans la pièce, entre Mrs. X et la luxueuse infirmière d’hospice, souhait que X lui-même, dans l’amertume de son for intérieur, se surprend à partager, lors même qu’il s’applique à déployer et projeter un sourire toujours plus large, toujours plus dévoué, toujours plus empathique, d’où l’intense perplexité, le dégoût et la rage qui l’étreignent dans la chambre du malade où, aux côtés de son épouse, il finit invariablement par se demander ce qu’il a bien pu venir chercher.
con sus mejores prendas y toda clase de cosas y recuerdos totalmente inútiles en el equipaje, a menudo ya con cuerpo y alma devastados, no dueños ya de sus sentidos, delirando, sin recordar con frecuencia ni su nombre y, en su estado debilitado, no sobrevivían al llamado «paso de las esclusas» en absoluto o sólo unos días, o bien, por la extrema transformación psicopática de su personalidad, una especie de infantilismo ajeno a la realidad, acompañado de una pérdida de la capacidad de hablar y de actuar, eran llevados inmediatamente al departamento psiquiátrico situado en la casamata del Cuartel de los Caballeros, donde, en las espantosas condiciones allí existentes, morían al cabo de una o dos semanas, de forma que, aunque no faltaban en Theresienstadt médicos ni especialistas, que, lo mejor que podían, cuidaban de sus compañeros de reclusión, y a pesar de la caldera de desinfección instalada en el secadero de malta de la antigua cervecería y de la cámara de cianuro de hidrógeno y de otras medidas higiénicas introducidas por la comandancia en una gran campaña contra los piojos, la cifra de muertos —lo que por otra parte, dijo Austerlitz, estaba totalmente de acuerdo con las intenciones de los señores del gueto— ascendió, sólo en los diez meses comprendidos entre agosto de 1942 y mayo de 1943, a más de veinte mil y, como consecuencia, la carpintería de la antigua escuela de equitación no pudo hacer ya suficientes ataúdes de madera, en el depósito central de la casamata de la puerta de acceso de la calle, hacia Bohusevice, había a veces más de quinientos cadáveres echados unos encima de otros y los cuatro hornos de nafta encendidos día y noche, en ciclos de cuarenta minutos de trabajo, fueron utilizados hasta el máximo de su capacidad, dijo Austerlitz, y además, continuó, ese sistema de internamiento y trabajos forzados de Theresienstadt, omnicomprensivo y que, en definitiva, sólo se orientaba a la extinción de la vida, cuyo plan de organización, reconstruido por Adler, regulaba con un celo administrativo descabellado todas las funciones y competencias, desde la utilización de brigadas enteras para construir el tramo final del ferrocarril de Bohusevice a la fortaleza, hasta el único vigilante de la torre, que tenía que mantener en marcha el reloj de la cerrada iglesia católica, ese sistema tenía que ser constantemente supervisado y reflejado en estadísticas, especialmente en lo que al número total de habitantes del gueto se refería, una tarea que excedía con mucho las necesidades civiles, si se piensa que continuamente llegaban nuevos transportes y que regularmente se hacían selecciones para enviar a otro lado a los excluidos, marcando sus expedientes con un R.N.E.: Ruckkehr Nicht Erwünscht (retorno no deseado), por lo que también los responsables de las SS, para quienes la corrección numérica era uno de los principios más altos, hicieron varios censos, una vez incluso, dijo Austerlitz, el 10 de noviembre de 1943, en el que todos los habitantes del gueto —sin excluir a niños, ancianos y semiimpedidos—, después de haber sido congregados ya al amanecer en los patios de las barracas, tuvieron que ir a la depresión de Bohusevice, delante de los muros, al aire libre, donde, vigilados por gendarmes armados, fueron formados en bloques bajo tablillas numeradas, sin poder salir de las filas un minuto, y obligados, durante todo aquel día cubierto de bancos de niebla húmeda y fría, a esperar a las SS, que llegaron finalmente a las tres en sus motocicletas, hicieron el recuento y lo repitieron luego dos veces, antes de que, como era hora de cenar, se quedaran convencidos de que el resultado alcanzado, junto con los pocos que quedaban dentro de los muros, correspondía efectivamente a la cifra de cuarenta mil ciento cuarenta y cinco aceptada por ellos, después de lo cual se fueron deprisa, olvidando por completo dar la orden de regreso, de forma que aquella multitud de muchos miles permaneció aquel 10 de noviembre hasta muy entrada la oscuridad en la depresión de Bohusevice, empapada hasta los huesos y crecientemente excitada, inclinados y vacilantes como juncos bajo las ráfagas de lluvia que ahora barrían el campo, hasta que finalmente, empujados por una oleada de pánico, se dirigieron en masa a la ciudad, de la que la mayoría sólo había salido aquella vez desde su traslado a Theresienstadt y donde pronto, dijo Austerlitz, después de comenzar el nuevo año, en vista de la visita prevista de una comisión de la Cruz Roja a principios del verano de 1944, que las instancias decisivas del Reich consideraban una buena oportunidad de disimular el carácter de la deportación, se emprendió la llamada Verschönerungsaktion (Campaña de embellecimiento), en el curso de la cual los habitantes del gueto, bajo la dirección de las SS, tuvieron que realizar un enorme programa de saneamiento: se instalaron céspedes, senderos para pasear y un cementerio para urnas, con columbario, se pusieron bancos e indicadores que, al estilo alemán, se adornaron con tallas alegres y ornamentaciones florales, se implantaron más de mil rosales, una casa cuna para niños de pañales y una guardería con frisos de adorno, cajones de arena, pequeñas piscinas y tiovivos, y el antiguo cine OREL, que hasta entonces había servido de alojamiento miserable para los habitantes del gueto más ancianos y donde colgaba todavía del techo la gran araña en la oscura sala, se transformó en pocas semanas en sala de conciertos y teatro, mientras que en otras partes, con cosas de los almacenes de las SS, se abrían tiendas de alimentación y utensilios domésticos, ropa de señora y caballero, zapatos, ropa interior, artículos de viaje y maletas; también había una casa de reposo, una capilla, una biblioteca circulante, un gimnasio, una oficina de correos y mensajería, un banco, cuya oficina de dirección estaba provista de una especie de escritorio de mariscal de campo y un juego de sillones, así como un café, ante el que, con sombrillas y sillas plegables, se creaba un ambiente de balneario que invitaba a los transeúntes a quedarse, y las medidas de mejora y embellecimiento no acababan, se serró, martilleó, pintó y barnizó hasta que se acercó el momento de la visita y Teheresienstadt, después de haber enviado otra vez al Este, en medio de toda aquella agitación, a siete mil quinientas de las personas menos presentables, por decirlo así para aclarar, se convirtió en una ciudad digna de Potemkin, posiblemente incluso en un El Dorado que fascinó a algún que otro habitante o le dio ciertas esperanzas, donde la comisión, compuesta de dos daneses y un suizo, al ser llevada por las calles de acuerdo con un plan y horario detalladamente elaborados por la comandancia y por las limpias aceras, fregadas con lejía muy temprano, pudo ver con sus propios ojos qué personas más amables y contentas, a las que se evitaban los horrores de la guerra, miraban por las ventanas, qué atildadamente iban todos vestidos, qué bien estaban atendidos los escasos enfermos, cómo se distribuía una buena comida en platos y se repartía el pan con blancos guantes de terliz, cómo, en todas las esquinas, carteles de acontecimientos deportivos, cafés-teatros, representaciones teatrales y conciertos invitaban, y cómo los habitantes de la ciudad, al acabar el trabajo, acudían a miles a las murallas y bastiones, y tomaban allí el aire, casi como pasajeros en un transatlántico, un espectáculo en definitiva tranquilizador, que los alemanes al terminar la visita, sea con fines de propaganda, sea para legitimar ante sí mismos su manera de proceder, recogieron en una película a la que, según cuenta Adler, dijo Austerlitz, todavía en marzo de 1945, cuando una gran parte de los que colaboraron en ella no vivían ya, se le puso una música popular judía y de la que, al parecer, se encontró una copia en la zona de ocupación británica, que él, Adler, dijo Austerlitz, sin embargo no había visto y que ahora, al parecer, había desaparecido totalmente.
souvent déjà anéanties physiquement et moralement, ne maîtrisant plus leurs sens, délirant, pour beaucoup, affaiblies comme elles l’étaient, ne se souvenant même plus de leur nom, soit ne survécurent pas, ou que très peu de jours, à leur admission, soit, victimes d’une altération psychopathologique extrême de leur personnalité, variante d’un infantilisme déréalisant lié à une perte des capacités d’agir et de parler, furent aussitôt expédiées dans le service de psychiatrie installé dans la casemate de la caserne de cavalerie, où en règle générale, les conditions effroyables aidant, elles périssaient en l’espace d’une à deux semaines, si bien que, malgré la présence à Theresienstadt d’un nombre suffisant de médecins et de spécialistes qui, autant qu’il était en leur pouvoir, s’occupaient de leurs codétenus, malgré les caissons de désinfection à la vapeur occupant l’emplacement de la touraille à malt de la brasserie, malgré la chambre à gaz cyanhydrique aménagée par la kommandantur dans le cadre de sa campagne de lutte contre les poux et autres mesures d’hygiène, le nombre de morts – ce qui au demeurant, dit Austerlitz, était tout à fait le but recherché par les responsables du ghetto –, dans les seuls mois d’août 1942 à mai 1943, dépassa largement les vingt mille, avec pour conséquence que la menuiserie de l’ancienne école d’équitation ne fut plus en mesure de confectionner suffisamment de cercueils, que par moments plus de cinq cents défunts étaient entassés en plusieurs couches dans la morgue centrale de la casemate près de la poterne de Bohuševice et que les quatre fours à naphte du crématorium, en service jour et nuit et travaillant selon un cycle de quarante minutes, étaient utilisés à la limite extrême de leur capacité, dit Austerlitz, et sur ce système de Theresienstadt, poursuivit-il, sur ce système de travaux forcés et d’internement instauré en définitive dans l’unique but d’éradiquer la vie, dont le schéma d’organisation, reconstitué par Adler, réglait l’ensemble des fonctions et des attributions avec une minutie administrative et un zèle démentiels, depuis le détachement de brigades entières pour construire la desserte ferroviaire entre Bohuševice et la forteresse jusqu’à l’installation du guetteur chargé de maintenir en état de marche l’horloge de l’église catholique désaffectée, sur ce système il fallait exercer une surveillance constante et rendre compte en terme de statistiques, en particulier pour ce qui concernait la population globale du ghetto, une tâche exigeant un investissement inimaginable, dépassant de beaucoup les normes ordinaires, si l’on songe qu’en permanence de nouveaux transports arrivaient et que régulièrement il était procédé à des sélections en vue de diriger certains ailleurs, avec la mention administrative R.n.e., Rückkehr nicht erwünscht, retour non souhaité, ce pourquoi les responsables des SS, dont l’un des principes suprêmes était l’exactitude des chiffres, firent procéder à maintes reprises à des recensements, un jour même, dit Austerlitz, le 10 novembre 1943, dehors, devant les murs, en rase campagne, dans la plaine de Bohuševice, où la population entière du ghetto – y compris les enfants, les vieillards et les malades à peu près en mesure de marcher –, après s’être rassemblée dès l’aube dans les cours des cantonnements, a dû sortir, surveillée par des gendarmes armés, en formation par blocs, derrière des pancartes de bois numérotées, sans même pouvoir sortir des rangs ne serait-ce que quelques minutes, contrainte d’attendre tout au long d’une journée baignée d’un brouillard froid et pénétrant l’arrivée des SS qui, enfin, surgis sur leurs motocyclettes à trois heures de l’après-midi, ont entamé la procédure de recensement et ont encore par la suite répété deux fois l’opération, avant de s’être convaincus, l’heure du dîner arrivant, que le résultat auquel ils étaient parvenus, incluant le nombre des rares individus restés à l’intérieur des murs, correspondait bien à l’effectif, estimé par eux, de quarante mille cent quarante-cinq, sur quoi ils s’empressèrent de partir, oubliant dans leur hâte de donner l’ordre du retour, si bien que cette foule de milliers de personnes, en cette grise journée du 10 novembre, est restée sur place jusque tard dans la nuit, trempée jusqu’aux os, dans un état d’inquiétude croissante, ployant comme des roseaux sous les bourrasques de pluie qui maintenant balayaient la plaine, jusqu’à ce que prise d’un mouvement de panique elle reflue dans cette ville que la plupart venaient de quitter pour la première fois depuis leur transfert et dans laquelle, bientôt, dit Austerlitz, juste après le Nouvel An, dans la perspective de la visite d’une commission de la Croix-Rouge prévue pour le printemps 1944 et envisagée par les instances compétentes du Reich comme une bonne occasion de dissimuler la réalité des déportations, allait être engagée ce qu’on appela une action d’embellissement, consistant pour les habitants du ghetto à venir à bout, sous l’autorité de la SS, d’un programme faramineux d’assainissement : ainsi, on aménagea pelouses et chemins de promenade, cimetière paysagé avec urnes funéraires et columbarium, installa des bancs publics et des panneaux indicateurs joliment ornés à la manière allemande, en bois sculpté, agrémentés de décors floraux, on planta plus d’un millier de rosiers, créa une crèche et un jardin d’enfants avec frises en rinceaux, bacs à sable, pataugeoires, manèges ; quant à l’ancien cinéma Orel, qui jusqu’alors avait servi d’abri de fortune pour les plus vieux des habitants et où pendait encore du plafond, au milieu de la salle plongée dans la pénombre, le lustre gigantesque, il fut en quelques semaines transformé en lieu de théâtre et de concert, tandis que par ailleurs, avec des marchandises et matériels provenant des entrepôts de la SS, furent ouverts des magasins d’alimentation et d’articles de ménage, d’habillement pour dames et messieurs, de chaussures, linge de corps, valises et nécessaires de voyage ; désormais il y avait aussi une maison de repos, une maison de prière, une bibliothèque de prêt, un gymnase, un centre postal pour lettres et paquets, une banque dont le bureau directorial était meublé d’une sorte de table d’état-major d’armée et d’épais fauteuils de salon, tout comme un café où les parasols et chaises pliantes créaient une atmosphère de ville de cure propre à attirer le chaland ; et l’on ne cessa d’améliorer et d’embellir, de scier, de clouer, de peindre et de vernir jusqu’à ce qu’arrive le moment de la visite et que Theresienstadt, après qu’on eut une fois encore, au milieu de tout ce branle-bas, pour éclaircir les rangs en quelque sorte, expédié à l’Est sept mille cinq cents personnes parmi les moins présentables, eût été transformé en décor potemkinesque propre à tourner la tête à plus d’un de ses détenus ou pour le moins à susciter en eux certains espoirs, métamorphosé en un Eldorado où la commission, composée de deux Danois et d’un Suisse, lorsqu’elle fut promenée dans les rues selon un itinéraire et un minutage précis élaborés par la kommandantur et foula les trottoirs propres, frottés le matin même à l’eau de lessive, put voir, de ses yeux voir, ces gens aimables et satisfaits, épargnés par les horreurs de la guerre, penchés à leurs fenêtres, ces gens proprement mis, ces rares malades si bien soignés, ces repas corrects et ces portions de pain servis en gants de fil blanc dans des assiettes de porcelaine, ces affiches placardées à chaque coin de rue pour annoncer manifestations sportives, spectacle de cabaret artistique, théâtre, concert, voir ces habitants de la ville s’égailler le soir après le travail pour prendre l’air sur les bastions et les remparts de la forteresse, presque comme des touristes en croisière sur un transatlantique, un spectacle somme toute rassurant, que les Allemands, une fois la visite terminée, soit à des fins de propagande, soit pour légitimer à leurs yeux toute cette entreprise, fixèrent sur un film qui, comme le relate Adler, dit Austerlitz, en mars 1945, alors qu’une majorité des protagonistes n’étaient déjà plus de ce monde, fut encore agrémenté d’une musique populaire juive, et dont, semblerait-il, il se soit trouvé après la guerre, en zone d’occupation britannique, une copie que lui, Adler, dit Austerlitz, n’a toutefois jamais vue, et qui apparemment a aujourd’hui disparu.
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