Translation for "zarrapastroso" to french
Translation examples
Iba pasando uno por uno cuadernos zarrapastrosos, hojeaba, descartaba.
Il passait chacun des cahiers miteux en revue, le feuilletait, le rejetait.
La perra zarrapastrosa había salido otra vez a nuestro encuentro y me miraba con esperanza.
La chienne miteuse nous avait retrouvés et me regardait avec des yeux remplis d’espoir.
Puede que el elefante fuese viejo y el canguro un poco zarrapastroso, pero el tigre era un animal joven y espléndido.
Si l’éléphant était vieux et le kangourou un peu miteux, le tigre était un animal jeune, superbe.
Por suerte, Santa Cruz resultó ser una ciudad bastante agradable, pequeña y un tanto zarrapastrosa, pero civilizada.
Enfin, Santa Cruz est une petite ville assez charmante, un peu miteuse mais civilisée.
Matekoni echó un rápido vistazo a sus zapatos, unas viejas y zarrapastrosas botas de ante llenas de grasa, y a sus pantalones.
Matekoni jeta un regard inquiet à ses pieds – il portait de vieux brodequins de daim miteux couverts de graisse –, puis à son pantalon.
Si Phil le hubiese revelado que él también era un agente del FBI, su superior jerárquico disfrazado de mísero escritor zarrapastroso, no se habría sorprendido demasiado.
Phil l’aurait à peine étonné en lui révélant qu’il était lui aussi un agent du FBI, son supérieur hiérarchique camouflé en écrivain miteux et débraillé.
Pero aquel zorro era una zarrapastrosa imitación de nylon, sujeta por una anilla, y parecía un ratón muerto sobre la capota del pequeño Volkswagen. –Soy Saul.
Mais la queue n’était en fait qu’une miteuse imitation de nylon attachée à un anneau et gisant sur le capot de la petite Volkswagen. « Je suis Saul.
No veían a nadie aparte de su familia, el médico o algún que otro invitado —por lo general, más bien zarrapastroso—, a quien se le pedía que ocupara el decimocuarto lugar en la mesa.
ils ne voyaient personne hormis la famille, le médecin et un invité occasionnel, généralement un peu miteux, convié pour occuper la quatorzième place à table.
Joe lleva su acostumbrada y desharrapada indumentaria de la universidad: gafas gruesas, chaqueta de pana gastada, un holgado jersey gris de cuello vuelto, mocasines zarrapastrosos.
Joe, comme à l’ordinaire, porte une tenue d’universitaire miteux : lunettes épaisses, veste en velours côtelé râpé, chandail à col roulé gris, déformé et pelucheux, mocassins éculés.
Más tarde, sin embargo, mientras Anouk estaba jugando en Les Marauds y yo había cerrado la tienda al final de la jornada, me encontré sin saber cómo caminando por la Avenue des Francs Bourgeois, en dirección al Café de la République, un establecimiento pequeño y sórdido con ventanas pringosas en las que aparece garrapateada la inamovible spécialité du jour y con un toldo zarrapastroso que no hace más que reducir la ya escasa luz interior.
Toujours est-il que, plus tard, alors qu’Anouk jouait aux Marauds et que j’avais terminé ma journée, je me retrouvai à flâner dans l’avenue des Francs-Bourgeois en direction du Café de la République. C’est un petit bistro minable, avec l’immuable spécialité du jour inscrite sur ses vitres, et un auvent miteux qui réduisait davantage encore la luminosité ambiante.
Pasear por la casa como una zarrapastrosa, sino imaginar que otros me están mirando.
Traîner à la maison en tenue débraillée : toujours supposer qu’on me regarde.
El otro tío se llama Renton y el otro es un capullo zarrapastroso y delgaducho al que no conozco.
Il y a aussi ce dénommé Renton, et un autre con maigrichon et débraillé que je connais pas.
Aguirre, Villagra, Alderete y Quiroga reorganizaron nuestro zarrapastroso destacamento militar, muy desmejorado por el largo viaje.
Aguirre, Villagra, Alderete et Quiroga réorganisèrent notre détachement militaire débraillé, très altéré par le long voyage.
Dentro vio a un chico joven con una kefta azul zarrapastrosa paseándose con inquietud, hablándose a sí mismo, rascándose los brazos.
À l’intérieur, elle vit un jeune garçon dans un kefta bleu débraillé qui faisait les cent pas en marmonnant et en s’étirant les bras.
Le encantaban las cosas que decía, su divertida franqueza, la fuerza que poseía y que había ignorado hasta que él le enseñó a desarrollarla, y ahora la ternura que manifestaba hacia el cabronazo zarrapastroso de su padre.
Il aimait ce qu’elle disait, sa franchise amusante, la force qu’elle avait refusée jusqu’à ce qu’il lui apprenne à la développer, et maintenant la gentillesse qu’elle manifestait à son vieux saligaud débraillé de père.
Una guardia de honor, aunque cobraron más aire de escolta carcelaria mientras amarraban el Viento del Sur y el padre Yarvi y su zarrapastrosa tripulación bajaban al embarcadero resbaladizo por la lluvia.
Une garde d’honneur, qui s’avéra ressembler davantage à une escorte pour prisonniers lorsqu’on arrima le Vent du Sud et que père Yarvi et son équipage débraillé débarquèrent sur le quai inondé.
Así que cuando entro en la biblioteca estoy cabizbajo, pensando para mis adentros: «¿Cómo va a escribir nunca un libro el zarrapastroso de Murphy?», y entrar en el garito resultó raro, raro, raro.
Chuis déprimé quand j’entre dans la bibliothèque, et je pense « Comment Murphy la Débraillé peut bien écrire un livre ? » et du coup, continuer à marcher, c’est zarbe, zarbe, zarbe.
Le costaba trabajo identificar al zarrapastroso José de su juventud, corriendo descalzo entre las cabritas y los piajenos de la Mangachería, con este blanquito dueño de un gran taller de mecánica que se vestía con ternos y zapatos de fiesta a mediodía.
Il avait du mal à reconnaître le José débraillé de sa jeunesse, courant pieds nus au milieu des chèvres et des ânes de la Mangachería, dans ce petit Blanc propriétaire d’un grand atelier de mécanique qui portait un complet et des souliers de fête à midi.
No hay en Francia ni una ciudad, grande o pequeña, que no le haya dado su nombre a una escuela, a una avenida o incluso a todo un barrio, y eso que durante mucho tiempo no dejó la prensa de meterse con él y de vilipendiarlo, tanto los diarios de izquierdas como los de derechas, llamándolo «zarrapastroso», «hirsuto», «loco», «escandaloso» y «tuerto».
Pas une ville en France, pas une bourgade qui n’ait donné son nom à une école, à une rue, à une avenue, voire à tout un quartier ; alors qu’il avait longtemps été brocardé et vilipendé par les journaux de gauche comme de droite, qui le décrivaient comme « débraillé », « hirsute », « fou », « braillard » et « borgne ».
Zarrapastroso y maloliente —asintió Tommen.
— Un sale petit loqueteux puant », approuva Tommen.
La blanca cabeza meneó su zarrapastroso cráneo y sonrió para demostrar que no había oído nada.
Tête-Blanche remua son crâne sale et sourit pour montrer qu’il avait compris.
—La condujo a una portezuela donde se congregaba un grupo de humanos sucios y zarrapastrosos.
Il la conduisit vers une petite porte devant laquelle était agglutinée une foule d’humains sales et dépenaillés.
Los santos como yo siempre deberíamos escuchar atentamente las súplicas de los pobres zarrapastrosos como tú.
Les saints comme moi devraient toujours écouter avec attention les prières des gueux sales et déguenillés tels que toi.
La habitación estaba llena de grolims vestidos de negro, algunos karands zarrapastrosos y unos cuantos guardianes del templo con sus brillantes uniformes.
Malgré ses vastes dimensions, la salle était pleine à craquer de Grolims vêtus de leur sempiternelle robe noire, de quelques Karandaques habillés de bric et de broc et d’un certain nombre de Gardiens du Temple reconnaissables à leur armure étincelante.
Penhaligon atraviesa el oscilante alcázar, que presenta un estado bochornoso: Snitker duda que los vigías japoneses sepan distinguir un zarrapastroso mercante yanqui de una fragata de la Marina británica con las portañolas pintadas de negro, pero el capitán no quiere librar nada al azar.
Penhaligon traverse le gaillard d’arrière qui chaloupe. Il est tout sale : Snitker ne pense pas que les vigies japonaises sont à même de différencier le cargo malpropre d’un Yankee d’une frégate aux sabords noircis de la Marine royale. Mais le capitaine ne considère pas la chose comme acquise.
Era de nuevo la escuela de la que creía por fortuna haber escapado, parecía como si hubiera arrastrado conmigo el mismo aula, con su tarima elevada y las nimiedades de una crítica pedantesca: sin querer, tuve la impresión de que era arena lo que se escurría de los labios apenas abiertos del profesor, tan gastadas y monótonas eran las palabras del zarrapastroso cuaderno de clase que se desparramaban en el aire espeso. La sospecha ya perceptible para el colegial de haber ido a parar a un depósito de cadáveres del espíritu, donde manos insensibles manoseaban los muertos para diseccionarlos, se reavivaba espantosamente en aquel laboratorio de un alexandrinismo pasado de moda hacía mucho tiempo, y cuán intenso se volvía ese instinto de defensa tan pronto como salía de la hora de clase penosamente soportada a las calles de la ciudad, en aquella Berlín de entonces que, sorprendido ante su propio crecimiento, rebosando una virilidad demasiado bruscamente adquirida, hacía brotar su electricidad de todas las piedras y calles e imponía irresistiblemente a todo el mundo un ritmo de febriles latidos que con su avidez se parecía enormemente a la embriaguez de mi propia virilidad, de la cual acababa de tomar conciencia.
C’était là encore l’école à laquelle je croyais avoir heureusement échappé, c’était la salle de classe que je retrouvais là, avec sa chaire surélevée et avec les puérilités d’une critique faite de vétilles : malgré moi, il me semblait que c’était du sable qui coulait hors des lèvres à peine ouvertes du « Conseiller Honoraire » qui professait là – tant étaient usées et monotones les paroles ressassées d’un cours, qui s’égrenaient dans l’air épais. Le soupçon, déjà sensible au temps de l’école, d’être tombé dans une morgue pour cadavres de l’esprit, où des mains indifférentes s’agitaient autour des morts en les disséquant, se renouvelait odieusement dans ce laboratoire de l’alexandrinisme devenu depuis longtemps une antiquaille ; et quelle intensité prenait cet instinct de défense dès qu’après l’heure de cours péniblement supportée je sortais dans les rues de la ville, dans ce Berlin de l’époque, qui tout surpris de sa propre croissance, débordant d’une virilité trop vite affirmée, faisait jaillir son électricité de toutes les pierres et de toutes les rues, et imposait irrésistiblement à chacun un rythme de fiévreuse pulsation qui, avec sa sauvage ardeur, ressemblait extrêmement à l’ivresse de ma propre virilité, dont je venais précisément de prendre conscience.
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