Translation for "suponerse" to french
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Sólo puede suponerse una cosa: debió de ser hacia mediados de abril, cuando los ejércitos soviéticos, tras larga preparación artillera, rompieron las líneas alemanas a lo largo del Oder y el Neisse y, en nuestro sector del frente, entre Forst y Muskau, para vengar su país devastado y los millones de muertos, y para vencer, nada más que vencer.
Une seule chose peut être présumée : ce devait être vers la mi-avril, quand l’armée soviétique, après une longue préparation d’artillerie, enfonça les lignes allemandes le long de l’Oder et de la Neisse et dans notre secteur de front entre Forst et Muskau, afin de se venger de la dévastation de son pays et des millions de morts, et de remporter la victoire, plus rien que la victoire.
Llena de atenciones, también podía suponerse.
Attentionnée aussi, on pouvait supposer.
Podía suponerse que en el interior los sacerdotes estarían velando también.
On pouvait supposer qu'à l'intérieur les prêtres veillaient aussi.
En cuanto a los portugueses, como puede suponerse tenían una idea distinta.
Quant aux Portugais, comme on peut le supposer, leur conception était différente.
La vegetación, como puede suponerse, es pobre, o, por lo menos, enana.
La végétation, comme on peut le supposer, est pauvre, ou, pour ainsi dire, naine.
Por más que pueda suponerse la muerte, para la familia siempre hay una esperanza.
On peut toujours supposer qu’une personne est morte, mais pour la famille il reste toujours un espoir.
Ella dijo que se encontraba muy bien, no gustándole que pudiera suponerse otra cosa;
Elle disait qu’elle se portait très bien, et il n’aimait pas supposer le contraire ;
No podía suponerse que el hecho de que ellas no estuviesen en Netherfield impidiese venir a Bingley;
Le moyen de supposer que parce que ces dames avaient quitté Netherfield, Bingley n’y reviendrait plus ;
Lo que puede suponerse es que, dada la conocida clemencia de Saladino, no hubo matanza sistemática.
Ce qu’on peut supposer, c’est qu’étant donné la clémence bien connue de Saladin, il n’y eut pas de massacre systématique.
—O sea que puede suponerse —dice O’Leary— que el tipo de la KGB señaló a Mercader.
— On peut donc supposer, dit O'Leary, que le type du K.G.B. a livré Mercader.
De hecho, con eficiente atrevimiento podría suponerse que la historia del Génesis es una fábula;
En fait il ne fallait qu’un peu d’audace pour supposer que la version des faits donnée dans la Genèse était une fable ;
En la punta de la daga, se abría una estructura que podría suponerse era la protección de la empuñadura de una espada.
À la naissance de la lame se déployait une structure qu’on aurait pu prendre pour la garde d’un panier.
El pequeño Hans Castorp lo había contemplado con frecuencia, sin una visión de experto, como puede suponerse, pero sí con cierta comprensión general, incluso penetrante, y aunque no hubiese visto a su abuelo en persona tal como la tela le representaba más que una sola vez y por un instante, con motivo de una llegada en cortejo al Ayuntamiento, no podía dejar de considerar el cuadro como la apariencia verdadera y auténtica del abuelo, viendo en éste todos los días una especie de interino, de auxiliar, adaptado imperfectamente a su papel. Pues lo que había de distinto y extraño en su apariencia ordinaria se debía a una adaptación imperfecta y tal vez un poco torpe. De su forma pura quedaban restos y alusiones que no se borraban completamente;
Le petit Hans Castorp l’avait souvent regardée sans rien entendre à l’art, certes, mais avec une certaine compréhension plus globale, si ce n’est pénétrante ; et même s’il n’avait vu qu’une seule fois son grand-père en chair et en os tel que la toile le représentait, lors d’une arrivée solennelle à l’hôtel de ville où il l’avait seulement entr’aperçu, il ne pouvait s’empêcher, comme nous le disions, de prendre la personne du tableau pour la vraie et l’authentique, et de voir dans l’aïeul de tous les jours une sorte de grand-père par intérim, encore imparfaitement acclimaté, qui n’était là que de façon transitoire.
II El convoy no corría por raíles sino por un único e impresionante filo de navaja, de tal manera que todo comenzó con el delirio equilibrado y agorero que caracteriza el orden del tráfico urbano y con un tembloroso pánico interno que marcó su llegada en el tren de la línea de Keihan, y fue bajarse después de Shichijo junto a la antigua y ya desaparecida puerta de Rashomon, en el barrio de Fukuine, y ver de pronto otro tipo de construcciones, otro tipo de calles, como si se hubiesen perdido de repente los colores y las formas, o sea, que le dio la sensación de haber salido de la urbe, de que bastaba una sola estación para dejar atrás Kioto, una ciudad que aun así no perdía su profundo misterio y menos de forma tan repentina, de modo que se encontró, pues, al sur de Kioto o, más concretamente, al sudeste, y allí emprendió la marcha, por calles estrechas y laberínticas, ora doblando a la izquierda, ora volviendo a la línea recta, ora doblando otra vez a la izquierda, de tal forma que al final debería haberse sentido del todo desorientado y, en efecto, lo estaba, pero aun así no se detuvo, no preguntó, no inquirió nada a nadie, sino todo lo contrario, continuó sin plantear preguntas, sin asombrarse ni detenerse titubeante en una esquina tratando de averiguar la vía que debía seguir, pues algo le hacía presumir que de todas maneras encontraría lo que buscaba, allí, en aquellas calles vacías con las tiendas cerradas, pues en ese momento descubrió, además, que no habría hallado a nadie dispuesto a ayudarlo a dar con el camino porque estaba todo desierto, como si en algún lugar se celebrara una fiesta o se hubiera producido una desgracia, pero lejos de allí, en otro sitio, donde este pequeño barrio no interesaba a nadie, ya que se habían marchado, todos cuantos allí vivían se habían ido, no quedaba ni un alma, no se veía ni a un niño perdido, ni a un vendedor de pastas, ni una cabeza que, espiando inmóvil y atenta tras las rejas de una ventana, se retirara de improviso, nada de lo que podía suponerse que apareciera a última hora de una mañana tranquila y soleada, o sea, que comprobó que estaba solo, dobló a la izquierda y siguió luego en línea recta, hasta tomar conciencia de que llevaba un rato ascendiendo, de que las callejuelas por las que iba ora hacia la izquierda, ora en línea recta, conducían desde hacía un tiempo todas cuesta arriba, aunque no podía asegurar nada más, por cuanto no podía afirmar que la pendiente hubiese empezado aquí o allá, sino tan sólo que se trataba de una toma de conciencia, de la sensación determinada de que, con él, todo llevaba un rato subiendo… y así se topó con un muro a su izquierda, carente de todo adorno, hecho con adobe sobre una nervadura de bambú, pintado de blanco y rematado con unas tejas un tanto desgastadas de color turquesa puestas de través, por cuyo lado transcurría largo trecho la acera, y no ocurrió nada, no se podía mirar por encima, ya que el muro era demasiado elevado, de modo que no era posible ver qué había en el interior, y no existía en el camino ni ventana, ni portezuela, ni resquicio alguno, y cuando llegó a una esquina torció a la izquierda, y a partir de allí continuó el camino arrimado a la pared, hasta que acabó y desembocó en un puente de madera ligero y delicado que parecía flotar precisamente por su ligereza y delicadeza, un puente hecho de madera de ciprés y provisto de una cubierta de corteza también de ciprés, entre cuyas columnas perfectamente pulidas había unos bancos reblandecidos y curtidos por la lluvia que se mecían suavemente como si respondieran a los pasos, y abajo, a los dos lados: la profundidad, toda verde.
II Le train ne roulait plus sur des rails mais sur le fil d’une terrifiante lame, et c’est donc ainsi, par la folie, funeste mais mesurée, de la circulation urbaine, et une panique intérieure frémissante, inhérentes à l’arrivée par le train de Keihan, que tout commença : lorsque l’on descendait après Shichijo, près de l’ancien site aujourd’hui disparu de Rashômon, dans le quartier de Fukuine, les maisons et les rues étaient soudain différentes, c’était comme si les formes et les couleurs s’étaient subitement effacées, il n’en était qu’à une station mais se sentait hors de la ville, à l’extérieur de Kyôto, même si la cité n’avait pas encore – pas si rapidement – perdu ses plus intimes secrets, il se trouvait donc au sud, au sud-est de Kyôto, et c’est de là qu’il démarra, par des ruelles étroites et labyrinthiques, tournant ici à gauche, avançant tout droit, tournant à nouveau à gauche, le doute aurait dû le gagner, et tel fut d’ailleurs le cas, mais il ne s’arrêta pas pour demander son chemin, n’interrogea personne, au contraire, il poursuivit sa route sans se poser de question, sans hésiter, sans réfléchir sur la direction à prendre lorsqu’il arrivait à l’angle d’une rue, car son intuition lui disait qu’il trouverait ce qu’il cherchait, les rues étaient vides, les magasins fermés, il se rendit alors compte qu’il n’aurait pu, l’eût-il voulu, demander son chemin à personne, puisque l’endroit était désert, comme si une fête ou un drame se déroulait quelque part, mais ailleurs, loin d’ici, en un lieu vu duquel ce petit quartier était sans intérêt, ils étaient tous partis, tous ceux qui se trouvaient ici étaient partis, il n’y avait pas âme qui vive, pas même, comme on aurait pu s’y attendre en cette calme matinée ensoleillée, un gamin en fugue ou un vendeur de nouilles, ou encore, tapie derrière les barreaux d’une fenêtre, une tête immobile, observant, puis se rétractant subitement, il était seul, constata-t-il, et il bifurqua à gauche, puis avança à nouveau tout droit, et c’est alors qu’il remarqua qu’il grimpait depuis un certain temps, que les ruelles où il marchait, tournant ici à gauche, avançant tout droit, étaient nettement inclinées, il ne pouvait rien affirmer de plus, eut été incapable de dire que la pente démarrait à tel ou tel endroit, en vérité il s’agissait plutôt d’une sensation, d’une nette impression que tout, lui-même inclus, grimpait depuis un moment, et c’est ainsi qu’il atteignit un long mur d’enceinte, sur sa gauche, un mur sans ornement, un mur construit en pisé sur un treillis de bambou, blanchi, coiffé d’une rangée horizontale de tuiles faîtières bleu turquoise légèrement émoussées, le sentier longea le mur sur une longue distance, sans que rien ne se passât, on ne pouvait rien entrevoir par-dessus, il avait été érigé trop haut pour permettre de jeter un regard et de voir ce qui se trouvait à l’intérieur, il n’y avait aucune fenêtre, aucune porte, aucune ouverture sur toute la longueur, rien, et puis soudain le mur traça un angle, il tourna sur sa gauche, le sentier longea le mur encore un moment et finalement s’arrêta net, l’orienta directement vers un pont en bois, léger et délicat, si léger et si délicat qu’il semblait flotter dans les airs, un pont couvert d’un toit fait d’écorce de cyprès, les piles, minutieusement polies, étaient en cyprès également, le tablier, mou, battu par la pluie, se balançait doucement sous les pas et, de chaque côté : le vide et la verdure, de la verdure partout.
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