Translation for "presilla" to french
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Este vestido me molesta prosiguió Marguerite, haciendo saltar las presillas de su corpiño;
– Cette robe me gêne, reprit Marguerite en faisant sauter les agrafes de son corsage;
Cuando, una cálida noche de septiembre, le desabroché la blusa y solté, con infinito cuidado y delicadeza, igual que si fuera un ladrón tanteando una cerradura, el gancho y la presilla de su sujetador, no me opuso resistencia ni manifestó la menor protesta.
Lorsque, par une douce soirée de septembre, je lui déboutonnai son chemisier et défis, avec un soin et une délicatesse infinis, tel un cambrioleur violant une serrure, l’agrafe qui fermait son soutien-gorge, elle n’opposa aucune résistance, pas même un mot de protestation.
En lugar de la tienda del lechero, el señor Langerman, que nos vendía leche de unas cántaras de hierro redondas y pesadas, habían abierto en los bajos del edificio una tienda ultraortodoxa de artículos de mercería, telas, botones, presillas, cremalleras, barras para cortinas.
Une boutique ultra-orthodoxe d’articles de mercerie, de tissu, de boutons, d’agrafes, de fermetures Éclair et de tringles à rideau remplaçait la crémerie de M. Langermann, lequel conservait son lait dans de lourds bidons cylindriques en métal.
Tenía el costurero en el suelo, un objeto de marquetería incrustado de marfil y ébano y madreperla, provisto en el interior de unos cajoncitos de exquisita factura y unas cajitas con tapa repletas de papeles de alfileres, carretes de hilo de algodón y seda, metros de cinta de tela y elástica, bobinas, botones, corchetes y presillas.
Sa boîte à ouvrage était posée par terre. Il s’agissait d’un coffret en marqueterie avec des incrustations d’ivoire, d’ébène et de nacre, équipé de délicieux petits tiroirs et boîtes à couvercle regorgeant de sachets d’aiguilles, de bobines de fil de coton et de soie, de cartons de ruban et de galon, d’écheveaux, de boutons, d’agrafes et d’œillets.
Y no usaba un cinturón de carpintero, sino una especie de cartuchera, con algo que parecía munición sin utilizar, proyectiles cargados —al menos parte de la cartuchera estaba llena de balas—, y de diversos ganchos, presillas y cuerdas del cinturón colgaban ciertas cosas… que no eran las herramientas de un mecánico ni el equipo corriente de un reparador de teléfonos. El larguirucho portaba pertrechos del Ejército aparentemente auténticos: una herramienta para atrincheramiento, un machete, una bayoneta… aunque la vaina de esta última ni siquiera a mí me pareció propia del Ejército; estaba fabricada con un material de color verde brillante y lucía la tradicional calavera de tono naranja brillante.
Il ne portait pas une ceinture à outils, mais une cartouchière, à première vue bien garnie de ce qui semblait être de vraies balles ; des diverses agrafes et mousquetons accrochés à la ceinture pendaient de drôles de trucs… n’ayant rien à voir avec des outils de mécano ou de réparateur de lignes téléphoniques. L’immense jeunot trimballait tout un équipement guerrier qui semblait opérationnel, un poignard, une machette et une baïonnette, dont le fourreau ne provenait pas des stocks militaires, vert fluo et agrémenté d’un crâne et de tibias entrecroisés du plus bel effet.
Se puso a caminar como un vaquero que acaba de caerse de un caballo, con las manos en los bolsillos o con los pulgares en las presillas del pantalón.
Il adopta la façon de marcher du cow-boy qui a reçu un coup de pied de cheval et qui se déplace les mains dans les poches ou les pouces enfoncés dans la ceinture.
Apagó la presilla de sus palmas y se sujetó por sus propios medios, echando un último vistazo al carguero para asegurarse de que no se había dejado encima alguna herramienta importante.
Il se stabilisa et jeta un dernier coup d’œil au cargo pour s’assurer qu’il n’avait pas laissé traîner d’outils de valeur dans les parages.
Alex sacó de las presillas de su cinturón el alambre dorado que tenía la triple función de accesorio de moda, herramienta para cortar cerámica y arma de combate cuerpo a cuerpo.
Alex a empoigné le câble en métal doré qui lui sert à la fois de ceinture, de fil à couper l’argile et d’arme de combat rapproché.
Tú has existido. Consta. En la planta superior de una fiesta que ocupaba toda una casa de la calle Pacific en Brooklyn, un edificio apenas rehabilitado con paredes de ladrillo visto barnizado y la escalera sustituida por una de caracol, el tipo de vivienda en la que pese a su categoría de «neoyorquino nativo» Cicero jamás había entrado aunque ante los pimpollos de provincias que atiborraban las habitaciones fingiera lo contrario, repleta de fotografías en blanco y negro de Fire Island enmarcadas, con la mesa de comer reciclada y la banqueta del piano tomada por bandejas de copas vacías y restos de cortezas de diversos fromages caros, todo, una juerga de cumpleaños para una de las históricas con la que por lo visto se había acostado media tribu y que comenzaba a mostrar los síntomas de la devastadora enfermedad, donde alguien estaba acallando al gentío y quitó el disco de Carly Simón del equipo de modo que durante un instante la tormenta que atronaba fuera y sacudía los cristales de las ventanas viejas esparció un coro de «uuuhhhs» fantasmagóricos por la fiesta, mandando silencio no para sacar la tarta con las velas, sino para subir el volumen del televisor y engatusar a los fiesteros para que prestaran atención al espectáculo de la pantalla, Diana Ross al mando de un millón de gente de pícnic y chavales del gueto calados hasta los huesos desde el escenario al aire libre de Central Park, Diana Ross, que no se amilanaba ante la tormenta, sino que aguantaba al pie del cañón, y el concierto se convirtió en la principal atracción de la fiesta como si lo hubieran programado para ellos, y Cicero también se apuntó y actuó como si conociera las canciones de algo más que el disco doble de su padre Supremes’ Greatest Hits que saltaba en «I Hear a Symphony» mientas Rolando el bailarín, que hacía solo media hora le había explicado a Cicero que en ballet nadie levanta ni siquiera una mano sin pensar en el plano paralelo del pie correspondiente, había deslizado el dedo gordo de su pie descalzo y bastante bonito dentro de una de las presillas delanteras del cinturón de Cicero, desde atrás… fue allí, en la fiesta en plena tormenta de julio, donde Cicero comprendió no solo que no tenía que volver a visitar a Rose nunca más si no quería, sino que, lo más importante, a pesar de haber telefoneado ese mismo día para avisar de que se pasaría y haberse desplazado desde Jersey, no iba a ir a verla.
Tu as existé pendant un temps. C’est dans les registres. » À l’étage supérieur d’une house party à tous les étages sur Pacific Street à Brooklyn, une maison rénovée subtilement, murs en brique décapés puis passés à la laque, banals escaliers d’origine tous remplacés par des escaliers en colimaçon, le genre d’endroit où, malgré son statut de New-Yorkais de souche, Cicero n’avait jamais pénétré mais prétendait le contraire à la cohorte de jeunes pédés débarqués de leur province qui encombraient les pièces tapissées de photos noir et blanc de Fire Island ; sur la table de la salle à manger de récupération mais aussi sur le tabouret du piano droit traînaient des plateaux de verres vides et de croûtes évidées de fromages d’importation : on célébrait l’anniversaire d’une folle sur le retour avec qui la moitié de la tribu d’invités semblait avoir couché et qui était atteinte par les premiers symptômes de la maladie débilitante. Quelqu’un fit taire l’assemblée et coupa d’un coup Carly Simon sur la stéréo (de sorte que, l’espace d’un instant, l’orage qui faisait rage dehors et faisait vibrer les vitres suscita parmi les fêtards un chœur de hooouuuuu jouant à se faire peur) afin non pas d’annoncer qu’il était temps de sortir le gâteau et de souffler les bougies mais d’augmenter le volume de la télévision et d’amener les fêtards à assister au spectacle qui y était retransmis : Diana Ross commandant, depuis la scène en plein air de Central Park, un million de pique-niqueurs et de garçons des ghettos trempés, Diana Ross en bon petit soldat refusant de s’avouer vaincue par l’orage : elle devint la principale attraction de la fête, comme si elle y avait été invitée, pour le plus grand bonheur des présents, et Cicero ne fut pas en reste, il fit comme s’il connaissait ses airs, et pas seulement, comme c’était le cas, parce qu’il avait écouté le double album usé de son père, Supremes Greatest Hits avec les ratés du saphir qui gâchaient « I Hear a Symphony » ;
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