Translation for "mechon" to french
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Sí, era fea, era obscena, y lo único que él deseaba era dar media vuelta y alejarse de ella a todo correr, y dar un portazo y cerrar la puerta con llave… Sin embargo, se quedó paralizado, un mechón de su cabello ondulado le caía por la frente, tenía el cuello de la camisa torcido, el chaleco manchado de vino, las piernas levemente dobladas, como si estuvieran quedándose sin fuerza;
Elle était laide, elle était obscène, il ne voulait qu’une chose, se détourner et s’enfuir loin d’elle, claquer la porte derrière lui, la fermer à clé… Mais au lieu de cela il resta immobile, une mèche de cheveux ondulés en travers du front, le col de sa chemise déplacé, le devant de son gilet souillé de vin, les genoux légèrement fléchis comme si l’énergie leur faisait défaut ;
De hecho, es Philip quien se levanta, se quita los guantes de látex, se arregla la ropa, se saca con la manga los mocos de la barbilla, se pone las botas de caña alta, se recoge los mechones de color negro obsidiana que le tapan la cara, se traga las lágrimas y sale del lavadero, cerrando la puerta tras de sí.
C’est, d’ailleurs, Philip, qui se lève, ôte les gants, essuie son menton d’un revers de manche, ravale ses émotions et enfile ses bottes pour sortir de la pièce et verrouiller la porte.
Abandona el apartamento sin pararse a cerrar con llave la puerta principal, corre escaleras abajo, sale por la puerta, se sube la cremallera hasta la barbilla, se pone el casco y aparta con impaciencia algunos mechones de pelo rubio.
Sans se soucier de verrouiller la porte d’entrée, elle quitte son appartement et dévale les escaliers. Arrivée dans la rue, elle remonte la fermeture éclair jusqu’au menton, enfile le casque et y coince quelques mèches de cheveux blonds du bout des doigts.
Probablemente quisiera decir otra cosa: «Tienes demasiada imaginación, Jonesy.» Y muy probablemente fuera verdad. Estaba claro que ahora imaginaba demasiadas cosas, ahora que estaba de pie en el árbol, expuesto a las primeras nieves de la temporada, con mechones de pelo rebelde y el dedo en el gatillo de la Garand, sin presionarlo (como temiera unos segundos) pero sin soltarlo, con el hombre tan cerca que casi estaba a sus pies, y la mira del arma en la parte superior del gorro naranja; con la vida del hombre puesta en un cable invisible entre la boca de la Garand y aquella cabeza cubierta con un gorro, la vida de alguien que quizá estuviera meditando si cambiaba de coche, engañaba a su mujer o le compraba un poni a su hija mayor (Jonesy, más tarde, dispondría de pruebas para saber que McCarthy no pensaba en ninguna de las tres cosas, pero no las tenía estando en el árbol con el índice convertido en gancho pétreo alrededor del gatillo de su escopeta). Alguien que ignoraba lo mismo que Jonesy al pisar el bordillo de la calle de Cambridge, con el maletín en una mano y en la otra un ejemplar del Pboenix de Boston: que tenía cerca a la muerte, quizá a la propia Muerte, un personaje apresurado, como salido de una de las primeras películas de Ingmar Bergman, algo con un instrumento escondido en los pliegues rasposos de la túnica.
ce qu’il voulait dire, sans doute, c’était : Tu t’imagines trop de choses, Jonesy, ce qui était très probablement vrai. Oui, il imaginait certainement trop de choses, et il se retrouvait à présent juché sur un arbre, sous la première averse de neige de la saison, les cheveux hérissés et en bataille, l’index verrouillé sur la détente du Garand, ne l’écrasant pas davantage, comme il l’avait un instant redouté, mais ne la relâchant pas non plus, alors que l’homme était presque en dessous de lui, maintenant, la mire du Garand braquée sur la casquette orange, la vie de cet homme tenant au fil invisible qui reliait le canon du Garand à cette casquette, la vie de cet homme qui pensait peut-être en ce moment qu’il allait changer de voiture ou tromper sa femme ou acheter un poney à son aînée (Jonesy eut plus tard des raisons de savoir que McCarthy n’avait pensé à rien de tout cela, mais pas sur le moment, évidemment, pas pendant qu’il était dans l’arbre, le doigt crocheté à la détente de son fusil), qui ne se doutait de rien, comme Jonesy ne s’était douté de rien lorsqu’il s’était retrouvé sur un trottoir de Cambridge, son porte-documents à la main, un exemplaire du Boston Phoenix sous le bras, comme il ne s’était pas douté que la mort rôdait dans le quartier, sinon la Mort en personne, un personnage filant d’un train d’enfer, l’air de s’être échappé de l’un des premiers films d’Ingmar Bergman, cachant ses instruments dans les plis de sa robe de bure.
Antes de lo temporada de cría, Pugh quitó a todas las ovejas los tupidos mechones de lana que les cubrían las ubres.
Avant la saison des agneaux, Pugh fit le tour de ses brebis et coupa la laine autour de leurs mamelles pour que les agneaux n’en avalent pas des brins susceptibles de leur bloquer l’estomac.
Unos largos mechones de pelo gris le colgaban del cuero cabelludo, y los escasos dientes amarillentos que conservaba se alzaban en el borde de su boca abierta, como lápidas torcidas delante de una cripta negra.
De longues mèches de cheveux grisonnants pendaient du crâne, et le dentier avait glissé vers l’avant de la bouche, où les quelques dents réelles l’avaient bloqué, telles des pierres tombales devant une crypte sombre.
Concluyendo ya su media jornada, la peluquera barre soñadoramente los mechones diseminados antes de volver a su casa, donde prepara la comida mientras oye la radio —canta ahora Georges Aspern, que acaba de sacar Oublions en Bradoc & Bradoc—, cuando suena un ruido de llave en la cerradura y se nos aparece Clément Pognel: ¿Bien la mañana, cariñín?
Ayant ensuite achevé son mi-temps, la coiffeuse a rêveusement balayé les mèches éparses avant de rentrer chez elle, où elle a préparé le déjeuner tout en écoutant la radio – c’était cette fois Georges Aspern qui venait de faire paraître Oublions chez Bradoc & Bradoc – quand un bruit de clé a cliqueté dans la serrure et que nous est apparu Clément Pognel : Bonne matinée, mon petit chéri ?
Nedra como un pajarillo herido con su mandíbula rota, los nombres de los caballos, la sonrisa de Lucas en el retrovisor, su gran sable de cartón dorado, el campanario de la iglesia, los rectángulos de tiza en los troncos de los castaños, la carta de amor que Alexis guardaba en su cartera, el sabor del Port Ellen, los chillidos de uno de los bellezones cuando Leo había querido mojarla con su espray «Señuelo de jabalí, aroma a jabalina en celo», el olor de las gominolas de fresa fundiéndose a la brasa, el chapoteo del agua en la noche, la noche bajo las estrellas, las estrellas que ese hombre del que Kate había querido un hijo pretendía conocer, los burros del Jardín de Luxemburgo, el Quick al que tantas veces había llevado a Mathilde, la juguetería de la calle Cassette ante cuyo escaparate se habían quedado extasiados ellos también y que se llamaba Erase una vez…, las moscas muertas en las habitaciones de los mozos de cuadra, el tonto del haba de Mathew que no había sabido aislar el ADN de la felicidad, la curva de la rodilla de Kate cuando había ido a sentarse a su lado, el abordaje que había seguido, la perplejidad de Alexis, esa funda que ya nunca abría, la sonrisa triste del Gran Perro, el ojo torvo de la llama, el ronroneo de ese gato que había acudido a sacarlo de su tristeza inconsolable, la vista que se extendía ante sus cuencos de café esa mañana, la muralla de seguridad en la que Corinne había circunscrito a su fragilísimo marido, la risa de su Marión que bien pronto la derrumbaría, la manera que tenía de soplarse sobre el mechón de pelo aunque lo llevara bien recogido, el griterío de los niños y el estruendo de las latas de conserva en el patio, el rosal Wedding Day que se caía a pedazos bajo la pérgola, los vestigios de Pompeya, la danza de las golondrinas y las quejas de la lechuza cuando habían evocado a Nino Rota, la voz de Nounou mandándolos a la cama por última vez, la vejiga del camionero, el viejo profesor que había dejado en la mejilla de su hija pequeña la impronta de un hermoso efebo, el sabor de la fruta tibia que nunca había probado, ese polo que ya no se pondría más, el pronóstico de Rene, el jaleo que montaron todos sobre la báscula de la estación, el ratón en la alfombra del salón, los diez niños con los que habían cenado la víspera, los deberes bajo la lámpara de la cocina y el visto bueno que no le habían dado, ese puente que se vendría abajo algún día y los aislaría definitivamente del mundo, la belleza de las armaduras, las manchas de liquen gris verdoso sobre las piedras de la escalera, su tobillo al lado, la forma de las cerraduras, la delicadeza del perfil de las molduras, el siniestro total del coche, sus dos noches en un hotel cerca del velatorio, el taller de Alice, el olor de las zapatillas de deporte chamuscadas, el lunar que tenía en la nuca que lo había obsesionado mientras habían durado sus confidencias, como si Anouk le guiñara un ojo cada vez que reía o lloraba, la resistencia al impacto de Yacine y la de todos ellos, el aroma de la madreselva y las claraboyas «a la capuchina», el pasillo del primer piso, en cuya pared todos habían escrito sus sueños, el sueño de Kate, el pésame del policía, las urnas en el silo, los preservativos entre los terrones de azúcar, el rostro de su hermana, esa vida que había abandonado, esas camas que había acercado unas a otras, ese pasaporte que debía de haberle caducado ya, sus sueños de abundancia que la habían dejado estéril, el grosor de las paredes, el olor de la almohada de Samuel, la muerte de Esquilo, los faros en la noche, sus sombras, la ventana que Kate había abierto, el…
Nedra en oiseau blessé avec sa mâchoire béante, les noms des chevaux, le sourire de Lucas dans le rétroviseur, son grand sabre en carton doré, le clocher de l’église, les rectangles de craie à l’assaut des marronniers, la lettre d’amour qu’Alexis gardait dans son portefeuille, le goût du Port Ellen, les hurlements d’une des grandes gigues quand Léo avait voulu l’asperger de son spray « Leurre pour sanglier, odeur de la laie en chaleur », celle des fraises Tagada qui fondaient au bout de leurs bâtons, les clapotis de la rivière dans la nuit, la nuit sous les étoiles, les étoiles que cet homme dont elle avait voulu un enfant prétendait reconnaître, les ânes du jardin du Luxembourg, le Quick où il avait si souvent emmené Mathilde, le magasin de jouets de la rue Cassette devant lequel ils avaient rêvé eux aussi et qui s’appelait Il était une fois…, les mouches crevées dans les chambres des palefreniers, ce bécassou de Matthew qui n’avait pas su isoler l’ADN du bonheur, l’arrondi de son genou quand elle était venue s’asseoir près de lui, l’abordage qui avait suivi, le trouble d’Alexis, cet étui qu’il n’ouvrait plus, le sourire triste du Grand Chien, l’œil torve du lama, le ronronnement de ce chat qui était venu le sortir de son inconsolable chagrin, la vue depuis leurs bols ce matin, la muraille de beaufitude dont Corinne avait circonscrit son très fragile mari, le rire de leur Marion qui viendrait bientôt pulvériser tout ça, la façon qu’elle avait de toujours souffler sur sa mèche même quand ses cheveux étaient bien attachés, les cris des enfants et le vacarme des boîtes de conserve sous le préau, le rosier Wedding Day qui croulait devant la tonnelle, les vestiges de Pompéi, la danse des hirondelles et les coups de balai de la chouette quand ils avaient rappelé Nino Rota, la voix de Nounou qui les avait envoyés se coucher une toute dernière fois, la vessie du camionneur, le vieux professeur qui avait laissé sur la joue de sa cadette l’empreinte d’un bel éphèbe, le goût des fruits tièdes qu’il n’avait jamais connu, ce polo qu’il ne remettrait plus, la prédiction de René, leur boxon sur la balance, la souris dans le tapis, les dix enfants avec lesquels ils avaient dîné la veille, les devoirs sous la lampe et l’agrément qu’on lui avait refusé, ce pont qui s’effondrerait un jour et les couperait définitivement du monde, la beauté des charpentes, les taches de lichens vert-de-gris sur les pierres de l’escalier, sa cheville à côté, le dessin des serrures, la délicatesse des modénatures, l’épave de la voiture, ses deux nuits dans un hôtel près du funérarium, l’atelier d’Alice, l’odeur des baskets braisées, le grain de beauté qu’elle avait dans la nuque et qui l’avait obsédé tout le temps de sa confidence, comme si Anouk lui faisait de l’œil à chaque fois qu’elle tombait dans ses paumes pour en rire ou en pleurer, la résilience du petit Yacine, leur résilience à tous, l’odeur du chèvrefeuille et les lucarnes « à la capucine », le couloir du premier étage sur le mur duquel ils avaient tous écrit leurs rêves, son rêve à elle, les condoléances du militaire, les urnes dans la grange, les préservatifs dans les morceaux de sucre, le visage de sa sœur, cette vie qu’elle avait abandonnée, ces lits qu’elle avait rapprochés, ce passeport qui devait être périmé, ses rêves d’abondance qui l’avaient rendue stérile, l’épaisseur des murs, l’odeur de l’oreiller de Samuel, la mort d’Eschyle, les phares dans la nuit, leurs ombres portées, la fenêtre qu’elle avait ouverte, le…
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