Translation for "calve-en" to french
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—Si no hay fuegos artificiales el viernes por la noche, yo ya puedo ir echando el cierre —protestó un individuo bajo y calvo que regentaba un puesto de comida mexicana—.
— S’il n’y a pas de feu d’artifice vendredi soir, moi je suis bon pour mettre la clé sous la porte, protesta un petit type chauve qui tenait un stand de nourriture mexicaine.
Allí nos recibe un hombre de mediana edad, fornido y calvo, que viste uniforme de alguacil y lleva unas botas en las que están remetidas las perneras de los pantalones. De su cintura cuelga un manojo de llaves. Avanza hacia Jonah.
Nous sommes accueillis par un chauve rougeaud, entre deux âges, en tenue de shérif, le pantalon rentré dans les bottes et des clés au ceinturon. Il s’approche de Jonah.
Su cabeza calva tenía raspones allí donde había golpeado el suelo de hormigón. El viejo se tambaleó hacia el cobertizo. Había una cerradura en la puerta, pero una de las llaves ahora ensangrentadas de Marchenko pudo abrirla.
Pierre vit que l’arrière de son crâne saignait à l’endroit où il avait heurté le sol en tombant. Marchenko avait atteint le bac à outils. Il était cadenassé, mais l’une des clés qu’il tenait dans son poing correspondait au cadenas.
Le gustaba no solo el sexo en sí, sino todo lo que lo rodeaba: aparcar el Buick en la parte trasera, que le diera la llave un recepcionista de sonrisa afectada con ojos legañosos y media docena de pelos aplastados contra la cabeza calva.
Il aimait non seulement faire l’amour, mais également tous les à-côtés : parquer la Buick derrière le motel, demander la clé à un vieil employé narquois à l’œil chassieux et au crâne dégarni.
El zapatero, que muy evidentemente carecía de espíritu, se volvió una vez más hacia su esposa y estaba a punto de decirle algo, pero en un movimiento repentino la mujer sacó la llave y la levantó sobre su cabeza, como si pensara dejarla caer sobre la calva de su marido. —¡Tonto!
Le cordonnier, qui n’était visiblement pas très malin, se retourna vers sa femme et s’apprêtait à lui dire quelque chose quand elle exhiba brusquement la clé et la brandit comme si elle avait l’intention d’en asséner un coup sur le crâne déplumé de son mari. – Imbécile, gronda-t-elle.
Sivron se removió en su asiento, sintiéndose muy complacido mientras veía cómo el capitán de las tropas de asalto daba todas las órdenes necesarias sin cometer ni una sola equivocación. Delegar las responsabilidades era la primera lección que debía aprender todo buen administrador, y a Sivron le encantaba poder estar sentado en el sillón de pilotaje mientras otros hacían todo el trabajo. La silueta calva y achaparrada de Doxin se inclinó hacia él.
Sivron tourna la tête, ravi d’entendre le capitaine des commandos donner les ordres idoines. La délégation des responsabilités était la clé de voûte du commandement. Bref, le Twi’lek adorait être assis dans son fauteuil pendant que les autres se tapaient le boulot. Doxin prit la parole :
Algún tiempo después, cuando los habitantes del palacio ya se habían acostumbrado a los caprichos del espejo y el cuadro, el comisario de Beyoglu, que solía honrarles más que con el poder de su dinero con el afecto de sus alas protectoras, se encontró frente a frente en el espejo con un personaje sombrío de cabeza calva pintado en la primera pared con una pistola en la mano en una calle oscura, comprendió que se trataba del mismísimo asesino del famoso «Crimen de la plaza de Sisli» que tantos años llevaba sin resolver, concluyó que el artista que había colocado el espejo en la pared conocía el misterio e inició una investigación encaminada a descubrir su identidad.
Alors que les occupants des lieux s'accoutumaient aux lubies du miroir, le commissaire de police de Beyoglou, qui honorait fréquemment la boîte de nuit de sa présence – grâce à l'affection de certains anges tutélaires bien plus qu'à sa fortune personnelle –, rencontra un jour dans le miroir le egard du personnage chauve que le peintre avait représenté le pistolet à la main, dans une rue sombre, et comprit aussitôt qu'il s'agissait là de l'auteur du « meurtre de la place de Chichli », crime célèbre et jamais élucidé, et persuadé que l'artiste qui avait placé là le miroir détenait la clé de l'énigme, il engagea aussitôt une enquête à son sujet.
Si viviera en una película depravada, una de esas rarezas sombrías y taciturnas que, como los antiguos compendios de psicopatía sexual, escudan tras un repertorio de tortuosos síndromes clínicos el único propósito que tienen, despertar ese hormigueo inconfundible que le recuerda la entrepierna que existe, su alter ego en la ficción —probablemente más viejo, más calvo, con las uñas roídas, caspa en los hombros y el dobladillo de una botamanga del pantalón arrastrándose por el piso— temblaría más que él al insertar la llave en la ranura, se mordería un poco los labios al retirar la caja y se la llevaría al box apretándola contra su cuerpo, como robándosela, como si la sofocara con el calor de su deseo, y ya en el box, después de destaparla con los ojos muy abiertos, ávidos, de pie frente a ella, con el taburete haciendo presión contra la puerta para trabarla, se desahogaría hasta desfallecer, dándole en custodia lo que ningún dinero podría pagar, lo que a nadie se le ocurriría robar, o bien porque no tiene valor alguno, o bien porque su valor es incalculable. Él no.
S’il habitait dans un film dépravé, une de ces raretés sombres et taciturnes qui, comme les anciens abrégés de psychopathie sexuelle, abritent derrière un répertoire de tortueux syndromes cliniques le seul but qui est le leur, réveiller ce fourmillement unique dont l’entrejambe lui rappelle l’existence, son alter ego dans la fiction – probablement plus vieux, plus chauve, les ongles rongés, les épaules couvertes de pellicules et le revers d’une des pattes de son pantalon traînant par terre – tremblerait plus que lui au moment d’introduire la clé dans la rainure, se mordillerait un peu les lèvres en tirant le coffre et en l’emportant dans le box serré contre sa poitrine, comme s’il se le volait à lui-même, comme s’il le poussait à suffoquer avec la simple chaleur de son désir, et une fois dans le box, après l’avoir ouvert les yeux écarquillés, avides, debout face à lui, le tabouret appuyé contre la porte pour la bloquer, il se laisserait aller jusqu’à l’évanouissement, en lui donnant à garder ce qu’aucun argent ne pourrait payer, ce que personne n’aurait l’idée de voler, car cela n’a pas la moindre valeur ou que sa valeur est incalculable. Pas lui.
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