Translation for "l'affinité" to spanish
Translation examples
— Une affinité. — Oui, une affinité avec les machines. 
«Afinidad.» «Sí, afinidad, con las máquinas.»
Ce avec quoi elle avait des affinités.
Con la que tenía afinidades.
Tu as une certaine affinité avec le brouillard.
Tienes afinidad con ella.
– Elle et moi aussi, l’affinité. Vous, moi, elle.
—Ella y yo también, afinidad. Usted, yo, ella.
Les affinités électives
Las afinidades electivas
Je n’ai pas d’affinité particulière…
No tengo ninguna afinidad
Une sorte d’affinité.
Algún tipo de afinidad.
 Oliver avait espoir que je me trouverais des affinités avec le gouverneur et sa femme.
Oliver tenía la esperanza de que el gobernador y su esposa me resultaran atractivos.
Elle était séduisante, il était vigoureux et ouvert, et il existait entre eux des affinités professionnelles et intellectuelles.
Era una mujer atractiva, después de todo, y él un hombre fuerte, y existían lazos profesionales e intelectuales.
Cette habitude déplaisait au sujet dépressif, qui pourtant aurait été la première à admettre que la raison principale en était que cela attirait son attention sur les doigts et ongles de la thérapeute, la conduisant à comparer ceux-ci avec les siens propres. Le sujet dépressif avait confié, à la fois à sa thérapeute et à son Échafaudage émotionnel, qu’elle se rappelait plus clairement qu’elle ne l’eût souhaité, dans son troisième internat, avoir une fois vu sa compagne de chambre s’entretenir au téléphone avec un garçon anonyme tout en grimaçant et en gesticulant pour signifier l’ennui et le dégoût qu’il lui inspirait, cette compagne de chambre pleine d’assurance, populaire et séduisante ayant fini par se livrer à la pantomime outrée de quelqu’un qui toque à une porte et l’ayant poursuivie (c.-à-d. la pantomime) avec une expression désespérée jusqu’à ce que le sujet dépressif comprît qu’elle était censée ouvrir la porte de la chambre, sortir sur le palier et cogner bruyamment à la porte ouverte afin de fournir à sa camarade un prétexte pour raccrocher. Étudiante, le sujet dépressif n’avait jamais reparlé de cette histoire de garçon au téléphone et de pantomime mensongère à la compagne de chambre en question – compagne avec laquelle elle n’avait jamais tilté ni ressenti d’affinités, du tout, à qui elle avait voué une haine mi-aigre mi-servile l’ayant acculée au dégoût d’elle-même et avec qui elle n’avait fait aucun effort pour maintenir le contact après cet interminable second semestre de deuxième année de fac – mais elle (c.-à-d. le sujet dépressif) avait partagé le souvenir atroce de l’incident avec plusieurs des amies de son Échafaudage émotionnel, auxquelles elle avait également confié combien il lui avait paru incommensurablement horrible et pathétique d’être ce garçon anonyme à l’autre bout du fil – un garçon essayant en toute sincérité de prendre un risque émotionnel, de se tourner vers l’arrogante compagne de chambre et de communiquer avec elle, dans l’ignorance de son statut de boulet importun, l’ignorance pathétique du mépris et de l’ennui silencieusement mimés à l’autre bout du fil – et combien elle, le sujet dépressif, redoutait plus que presque tout au monde de se retrouver un jour dans la situation de quelqu’un pour se débarrasser de qui au téléphone il fallait faire silencieusement appel à une tierce personne qui aidât à inventer un prétexte de raccrocher.
La costumbre personal o tic inconsciente más llamativo de la psiquiatra de la persona deprimida consistía en juntar las yemas de los dedos en su regazo mientras escuchaba con atención a la persona deprimida, manipular aquellos dedos ociosamente de forma que sus manos entrelazadas formaran diversas formas envolventes —por ejemplo, un cubo, una esfera, una pirámide, un cilindro— y finalmente quedarse aparentemente estudiando o contemplando aquellas formas. A la persona deprimida le desagradaba aquel hábito, aunque era la primera en admitir que se debía básicamente a que le llamaba la atención sobre los dedos y las uñas de la psiquiatra y la obligaba a compararlos con los suyos propios. La persona deprimida había explicado tanto a su psiquiatra como a su Sistema de Apoyo que recordaba, con demasiada nitidez, haber visto a su compañera de habitación en su tercer internado hablando con algún chico desconocido por el teléfono de su habitación y que ella (es decir, la compañera de habitación) había hecho muecas y gestos de repulsión y de aburrimiento relativos a la llamada, y que aquella compañera de habitación atractiva, popular y llena de confianza finalmente le había hecho a la persona deprimida una pantomima exagerada de alguien llamando a una puerta y había prolongado aquella pantomima con una expresión desesperada hasta que la persona deprimida había comprendido que tenía que abrir la puerta de la habitación, salir afuera y llamar con fuerza a la puerta abierta a fin de darle a su compañera una excusa para colgar el teléfono. En sus años de estudiante, la persona deprimida nunca había comentado con nadie aquel incidente de la llamada del chico ni la mendaz pantomima de aquella compañera de habitación —una compañera con quien la persona deprimida nunca había conectado ni congeniado, a quien le recriminaba con amargura y llena de vergüenza que hubiera provocado que la persona deprimida se despreciara a sí misma, y con quien no había hecho ningún intento de mantener el contacto después de que terminara aquel interminable segundo semestre de su segundo año—, pero ella (es decir, la persona deprimida) sí que había explicado su recuerdo angustioso de aquel incidente a muchas de sus amigas del Sistema de Apoyo, y también había explicado lo insondablemente espantosa y patética que se habría sentido de ser aquel chico desconocido y anónimo, un chico que asumía de buena fe un riesgo emocional, intentaba dirigirse a la compañera de habitación llena de confianza y conectar con ella, y no imaginaba que estaba siendo una carga indeseable y patéticamente inconsciente de la pantomima silenciosa, del aburrimiento y el desprecio que estaban teniendo lugar al otro lado del teléfono, y que lo que la persona deprimida más temía en el mundo era estar alguna vez en la situación de alguien que obliga a otra persona a avisar en silencio a una tercera persona que se encuentra en la misma habitación en busca de ayuda para obtener una excusa para colgar el teléfono. Por tanto, la persona deprimida siempre imploraba a cualquier amiga con quien hablara por teléfono que ella (es decir, la amiga) dijera en el mismo segundo en que empezara a aburrirse, se sintiera frustrada, repelida o creyera que tenía otras cosas más urgentes o interesantes que hacer, que por el amor de Dios fuera completamente franca y sincera y que no pasara ni un segundo más al teléfono con la persona deprimida de lo que realmente le apeteciera a ella (es decir, a la amiga).
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