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Sitiada fortaleza

• besieged fortress
• fortress besieged

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besieged fortress

Según el historiador de Kirman, aquel terrible golpe asestado no sólo al país de los persas, sino también al poder invencible de la casa de Tamerlán, que llevaba medio siglo gobernando sobre la mitad del mundo, desde la India a Bizancio, provocó tal sensación de hundimiento y desastre que la sitiada fortaleza de Herat se convirtió en un pandemonio. Ebu Said, que recuerda al lector con un extraño placer cómo Cihan Sha de los Ovejas Negras asesinaba sin piedad a todos los miembros de la casa de Tamerlán en las fortalezas que conquistaba, cómo seleccionaba mujeres de los harenes de príncipes y shas para añadirlas al suyo propio y cómo separaba a los ilustradores unos de otros para entregar despiadadamente a la mayoría de ellos como aprendices a sus propios maestros, en este punto de su historia se aparta del sha y sus soldados, que intentaban repeler al enemigo de los bastiones y se vuelve hacia los ilustradores, que entre las pinturas y pinceles del taller esperaban el terrible final del asedio, decidido hacía ya mucho, y escribe que todos aquellos ilustradores olvidados, cuyos nombres enumera y de los cuales afirma que eran conocidos en el mundo entero y que siempre serían recordados, eran incapaces de hacer otra cosa, como si fueran las mujeres del harén del sha, que no fuera llorar abrazados unos a otros recordando los bellos días pasados.
According to the historian from Kirman, this devastation, not only to Persia, but to the heretofore undefeated power of the House of Tamerlane, which had ruled over half the world from Hindustan to Byzantium for half a century, caused such a tempest of destruction that pandemonium reigned over the men and women in the besieged fortress of Herat. The historian Abu Said reminds the reader with perverse pleasure how Jihan Shah of the Blacksheep mercilessly killed everyone who was a descendant of Tamerlane in the fortresses he conquered; how he selectively culled women from the harems of shahs and princes and added them to his own harem; and how he pitilessly separated miniaturist from miniaturist and cruelly forced most of them to serve as apprentices to his own master illuminators. At this point in his History, he turns his attentions from the shah and his warriors who tried to repel the enemy from the crenellated towers of the fortress, to the miniaturists among their pens and paints in the workshop awaiting the terrifying culmination of the siege whose outcome was long evident.