Übersetzung für "poca luz" auf französisch
Übersetzungsbeispiele
En la tercera mañana, cuando el sol aún se ocultaba tras el horizonte y había poca luz, Loikot se detuvo de golpe y señaló en dirección a una acacia de copa chata a sólo cincuenta metros.
Le troisième jour, le soleil était encore au-dessous de l’horizon et la lumière faible quand Loïkot s’arrêta net et pointa le doigt vers un acacia à la cime aplatie, à une cinquantaine de mètres d’eux.
Rama Q había modificado el aparato para incorporar una cámara que se activaba con el movimiento y funcionaba con poca luz.
La Cellule Q avait doté la machine d’une caméra à détecteur de mouvement fonctionnant même en cas de faible luminosité.
Hemos pasado muchas generaciones de poca luz, de invierno, en que la tierra estaba muerta bajo la nieve.
Nous avons connu de nombreuses générations de faible luminosité, d’hiver, un temps durant lequel la terre gisait morte sous la neige.
Empezó a descender lentamente los escalones, con cuidado porque había poca luz y llevaba demasiado bourbon encima.
Elle entreprit de descendre, lentement, une marche à la fois, prenant garde de ne pas tomber en raison de la faible luminosité et aussi parce qu’elle avait bu bien trop de bourbon.
Había que tener en cuenta la humedad de las diversas estaciones y todas las numerosas circunstancias que intervenían en el secado de las láminas de bambú cortadas en delgadas hojas, era preciso conocer todas las cualidades del bambú utilizado, incluida la sensibilidad de este tipo de bambú en las diversas estaciones y en las diferentes climatologías, era imprescindible saber cómo se comportaba a la sombra fría y a la sombra cálida, a un sol suave y a un sol fuerte, en definitiva, era necesario fijarse en todos los detalles para que las hojas de bambú cortadas, untadas cuidadosamente con el fin de prevenir los parásitos y secadas después prolijamente sobre fuego, cumpliesen realmente su función, es decir, para que su superficie fuese bella y regular y para que, después de alcanzar esta belleza y regularidad, se pudiese, además, escribir en ellas, porque de esto se trataba: los primeros textos de los sutras se escribieron con pincel y tinta china sobre estas tiras de bambú, se escribieron con mano segura en talleres diminutos y mal iluminados, sobre hojitas de bambú delgadas y de diferente tamaño según su importancia, que luego se ataban unas a otras —de manera bastante ingeniosa, aunque también un tanto enrevesada— con cintas de seda o tiras de cuero, creando de este modo los primeros libros de bambú, que eran los más antiguos y que no se guardaban allí, en la biblioteca de sutras, sino, con las piezas más valiosas, en el armario situado en la parte trasera del altar principal del pabellón de oro, al igual que las llamadas tablillas inventadas por esas mismas fechas más o menos, que deben considerarse singulares obras maestras de la bibliogonía, cortadas en forma rectangular o de ladrillo y primorosamente pulidas, usadas para redactar cartas o declaraciones breves no superiores a los cien ideogramas, cubiertas arriba y abajo con unas tapas de madera de idéntico tamaño, en las cuales figuraban los nombres del autor y del destinatario, así como, lógicamente, la dirección a la que se remitía el escrito, y las cuales se ataban, por último, con una cinta, de tal forma que se hacía un nudo y se sumergía en arcilla, en la que, a su vez, se estampaba un sello con la llamada arcilla de sellar para impedir que una persona no autorizada accediese al escrito sin dejar un rastro evidente de su intromisión… Así pues, había libros para guardar en el armario en la parte trasera del altar, como también había libros para guardar en el kyozo, donde no sólo se conservaban, como es natural, los sutras destinados al uso diario sino todo tipo de libros que no habían de permanecer necesariamente en las proximidades del Buda del pabellón de oro, como son, por ejemplo, los libros de seda, que, si bien no cabía la menor duda en cuanto a su antigüedad y a su extraordinario valor, quizá se hallaban allí porque, debido a la poca luz reinante en el kyozo o a la escasa humedad, estaban más seguros que en el espacio abierto del pabellón de oro, más expuesto a las inclemencias del tiempo, de tal modo que los libros de seda, las piezas del siguiente gran capítulo de la bibliogonía, del nuevo paso que marcó otra época en la producción de libros, cuando en vez de escribir los textos de los sutras sobre bambú o sobre tablillas empezaron a hacerlo sobre una seda nívea que, una vez inventada y difundida, no tardó en ser tejida expresamente con este fin, de forma que se establecía la longitud del texto a escribir, se cortaba luego la seda a la medida, se entretejían las rayas que habían de separar las columnas de ideogramas, se escribían los textos sagrados entre estas líneas trazadas con tinta roja o negra y luego se envolvía todo con suma pericia, plegándolo o enrollándolo, para introducir finalmente toda la obra en una seda azul, de tal modo, pues, que estos preciosos ejemplares se guardaban con sumo cuidado, como es lógico, en la oscuridad permanente del kyozo, a lo largo de las paredes o en los estantes primorosamente lacados de la llamada biblioteca interior, más pequeña y cuadrada, construida en el centro del santuario, donde ahora quedaba patente que ni el estado impecable y celosamente vigilado de los libros de seda, ni el brillo de los estantes primorosamente lacados, ni la oscuridad protectora, ni el silencio milenario que suponía una protección aún mayor, habían interesado a aquel que se introdujo forzando la puerta, pues derribó incluso uno de los estantes del cuadrado interior, aunque se veía al mismo tiempo que al derribarlo tampoco se mostró interesado en hacer daño, es más, no se podía entender en absoluto lo que de verdad había ocurrido en el interior del kyozo, porque la escena que se contemplaba no permitía deducir ni robo, ya que se observaba a primera vista que nadie se había llevado nada, ni un propósito de destrucción bárbara, en resumen, que quien entró allí no era ni un ladrón ni alguien que de pronto hubiese perdido la razón e, impulsado por la locura, hubiese deseado romper cualquier objeto que considerase valioso, todo esto se veía sin ningún género de duda, aunque las causas de esta irrupción evidente pero incomprensible tanto aquí como en el Nan-Daimon, de este acto que casi podría definirse como delicado a pesar de su brutal esencia, que casi se parecía a una señal y por ende a algo no del todo perteneciente a este mundo, así como los objetivos de aquel que forzó la puerta del Nan-Daimon, que intentó prender fuego al shoso e irrumpió aquí, quedaban ocultos por unas tinieblas tan espesas como la oscuridad que en los mil años transcurridos se había posado sobre los valiosos objetos colocados en los estantes del kyozo.
Il fallait tenir compte du taux d’humidité, variable selon les saisons, et de tous les paramètres, relativement nombreux, qui pouvaient agir sur le séchage des lattes de bambou coupées en étroites lamelles, il fallait connaître toutes les propriétés d’une espèce de bambou donnée, la sensibilité de cette espèce selon les saisons, selon les différentes conditions climatiques, sa réaction au froid ou à la chaleur lorsqu’il était à l’ombre, ou exposé en plein soleil, ou sous un soleil tamisé, il fallait être attentif à tout pour que les étroites lamelles de bambou, une fois traitées contre les parasites et passées au feu, offrent la texture voulue, à la fois esthétique et homogène, et que l’on puisse, une fois la texture esthétique et homogène obtenue, écrire dessus, puisque c’est de cela qu’il s’agissait, les sûtras en effet furent à l’origine transcrits sur des lattes de bambou, avec de l’encre, un pinceau, et une main assurée, dans de minuscules ateliers mal éclairés, les étroites lamelles de bambou, de longueurs variables selon leur importance, étaient ensuite assemblées grâce à un système ingénieux mais relativement complexe par des rubans de soie ou des cordelettes en cuir, donnant ainsi naissance aux premiers livres en bambou, les plus anciens de tous, qui ici n’étaient pas conservés dans le pavillon des sûtras, mais parmi les objets les plus précieux dans l’armoire située derrière le maître-autel du pavillon d’or, tout comme les livres en bois, inventés à la même époque, de véritables objets d’art constitués de plaques de bois carrées ou rectangulaires soigneusement polies sur lesquelles étaient rédigés des rapports ou des lettres, des textes courts n’excédant pas cent caractères, recouverts par deux tablettes de bois de même dimension, le nom de l’auteur ainsi que le nom et l’adresse du destinataire étaient inscrits sur la tablette de couverture, puis les deux tablettes de bois étaient assemblées par une cordelette que l’on plongeait dans de l’argile, après quoi un sceau était imprimé sur cet « argile tampon », si bien qu’aucune personne non autorisée ne pouvait y toucher sans laisser de trace évidente de son forfait, bref, l’armoire encastrée dans le mur derrière l’autel recelait bien des trésors, à l’instar du kyôzo, qui, outre les sûtras d’usage quotidien, abritait également certains livres et documents – ceux qu’il n’était pas indispensable de placer sous la protection du Bouddha du pavillon d’or –, les livres en soie, par exemple, dont l’ancienneté et l’immense valeur étaient incontestables, étaient jugés plus en sécurité ici, dans le kyôzo, à faible luminosité et teneur en humidité, que dans l’espace ouvert du pavillon d’or, plus exposé aux influences climatiques, ces livres en soie, fruits d’une découverte qui inscrivit un nouveau chapitre dans l’histoire du livre, vinrent remplacer les livres de bambou et de bois, les textes sacrés étaient désormais rédigés sur de la soie blanche qui, peu après son invention et sa commercialisation, fut spécialement tissée à cet effet, une fois la longueur du texte déterminée, une étoffe de soie de longueur suffisante était découpée, une couture, en fil rouge ou noir, servait à délimiter les colonnes d’écriture, puis on rédigeait à l’encre les textes sacrés, après quoi on pliait, avec un soin extrême, ou en enroulait les manuscrits, puis on les recouvrait d’une étoffe de soie bleue, bien entendu les précieux exemplaires de livres en soie étaient conservés ici, dans la pénombre permanente du kyôzo, le long des murs, sur les étincelantes étagères en bois laqué de la « bibliothèque intérieure », une construction de forme carrée installée au centre du sanctuaire, mais, de toute évidence, ni l’intégrité jalousement gardée des livres en soie, ni l’éclat étincelant des étagères en bois laqué, ni la bienfaisante pénombre qui protégeait ce lieu, ni le silence qui depuis mille ans le protégeait plus encore, n’avait intéressé celui qui après avoir brisé la porte s’était introduit ici, c’était sans intérêt pour lui, il avait même renversé l’une des étagères de la bibliothèque intérieure, mais sans véritable intention de causer de dommage particulier, en vérité il était impossible de comprendre ce qui s’était passé dans le kyôzo, on pouvait exclure le vol, car il suffisait d’un simple coup d’œil pour constater que rien n’avait été dérobé, tout comme un acte gratuit de sauvagerie brutale, ce n’était donc ni un voleur, ni un fou furieux qui en proie à une crise de démence aurait voulu saccager tout ce qui représentait à ses yeux de la valeur, c’était une certitude, mais alors quel pouvait bien être le mobile de cette effraction, ici, et dans la porte du Nandaimon, de ce geste à la fois éloquent et incompréhensible, ce geste qui dans sa violence même recelait une forme de délicatesse, quelque chose d’immatériel, de symbolique, quel but poursuivait celui qui avait brisé le battant de la porte du Nandaimon, avait tenté d’incendier le shôsô, avant de forcer la porte pour s’introduire ici ? il y avait autour de cet acte une zone d’ombre, une ombre aussi épaisse que celle qui entourait depuis mille ans les précieux trésors alignés sur les étagères du kyôzo. XXVIII
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