Übersetzung für "cuando dicha" auf französisch
Übersetzungsbeispiele
Se instaló, pues, en la vertiente sur, justo debajo de la cumbre, de tal modo que la cima de la montaña lo defendía por el lado nornoroeste o, dicho de otro modo, por el lado tradicionalmente considerado el del peligro, mientras que al sur, a su vez, había un lago según los preceptos, aunque invisible por la caótica selva de casas, chimeneas, tejados, postes, antenas de televisión y cables eléctricos, de igual modo que al este fluía el Kamo y a la derecha se hallaba el camino exigido, es más, varios caminos se dirigían hacia el monasterio y todos ellos exclusivamente desde el oeste y, por otra parte, la única dirección de salida era precisamente el oeste, o sea que, en resumen, los cuatro preceptos de la ubicación se cumplían a rajatabla y al monasterio lo defendían al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino, al este el río, pues así rezaban los cuatro grandes preceptos, de modo que cuando esto sucedió y el emplazamiento quedó perfectamente elegido y se comunicó el propósito, las dimensiones y el objetivo de la construcción del monasterio, el toryo pudo ponerse en marcha y empezar un proceso que no sólo duró años, sino décadas, y cuyo protagonista no era él, el maestro artístico de los carpinteros con su singular sabiduría, ni el sucesor del genial Kobo Daishi, el superior de la orden, quien estaba detrás del proyecto desde el punto de vista religioso, ni los diversos edificios, aquellas obras maestras que eran el pabellón de oro, la pagoda, el pabellón de la enseñanza o los pórticos, ni la impresionante armonía de las obras, ni el tallado del Buda con la cabeza vuelta hacia un lado, ni la enorme cantidad de oro que cubría la superficie del altar, de las estatuas sagradas, de los cuadros pintados en las puertas corredizas y de los techos de los santuarios, ni siquiera el monasterio como fascinante conjunto en el momento en el que por fin quedó acabado y fue inaugurado para iniciar estos mil años de recorrido con el amor eterno de Buda, cuyo protagonista, en definitiva, no era todo ello sino una planta, un árbol, una simple materia que servía de base para todo, el protagonista era el ciprés de hinoki en cuya busca había que viajar en un principio a la provincia de Yoshino, el hinoki cuya mera selección duraba meses, pues incluía la elección y la compra de la montaña o, dicho de otro modo, la decisión a favor de una montaña cubierta con árboles sanos, de troncos rectos, de hojas ni claras ni pálidas, con árboles como mínimo milenarios, de tal modo que esta primera fase ya requería varios meses, seguidos de años en los que no ocurría nada, lo cual era imperdonable según los dirigentes más ansiosos y desinformados de la orden, pero los tranquilizaban, los convencían, les calmaban los ánimos encrespados, explicándoles que el toryo sabía cuanto había que hacer, porque, en efecto, el toryo sabía cuanto había que hacer pues ya lo sabían sus antepasados, pues sabían durante siglos ya en qué consistía la tarea de los años siguientes, sabían que mientras calculaba y medía, dibujaba y redibujaba con esmero y concentración, la principal tarea del toryo consistía, sin embargo, en observar los árboles, y, de hecho, no hizo más durante años, ya que viajó una y otra vez para pasar semanas y semanas en Yoshino y observar con cautela la evolución de los cipreses de hinoki en la montaña comprada, observar cómo crecían en la vertiente norte y en la vertiente sur, cómo se desarrollaban en la cima y al pie de la montaña, puesto que se necesitaba una experiencia precisa para los futuros trabajos, había que saber cómo los tocaba el sol en verano y cómo aguantaban las lluvias persistentes en la estación de los monzones, de tal modo que el toryo convivía, en el sentido estricto de la palabra, con los árboles, los conocía uno por uno como si formasen una enorme familia, y así transcurría, en efecto, todo ese proceso durante años y años, y no era de extrañar, en consecuencia, que pasara un tiempo increíblemente largo entre la primera reunión con los dirigentes de la orden y el mero comienzo de las obras, tanto que, a todo esto, un bosque entero de cipreses japoneses alcanzó la edad adecuada, y muchos se mostraron francamente extrañados de que se hubiera de esperar esa cantidad enorme de tiempo, pero, claro, explicó el toryo a los extrañados, así debía ser porque no podía ser de otra manera, la tala de los cipreses de hinoki sólo podía producirse en el momento oportuno y este momento oportuno solamente lo conocía él, el maestro, y lo conocía por sus antepasados y, además, afirmaba conocer el momento oportuno y no titubeaba a la hora de anunciar que había llegado ese momento y que él podía pedir la señal al superior para celebrar la ceremonia del kokoroe y, en efecto, la celebraba y prestaba, en el primer instante de la tala, el juramento según el cual él, el toryo, prometía ante el primer hinoki que respondería con su vida de que la tala no significaría derrochar la vida del árbol sino darle la «vida de la belleza», y sólo entonces pudieron iniciarse de verdad los trabajos, que fue cuando los impacientes comenzaron a comprender que aquellos años y décadas no habían sido en vano, a comprenderlo todo poco a poco al ver y entender que entre aquellos cipreses japoneses talados, transportados y mantenidos durante un año todavía en las aguas del río Kamo, sólo se usaban los crecidos en la cima de la montaña para las vigas y los pilares pesados, que habían de soportar cargas importantes, y aquellos que habían crecido al pie de la montaña para las vigas continuas, pues el árbol de abajo lucha por la luz del sol con más ahínco que el de arriba y, por tanto, los tallados abajo eran más flexibles y presentaban troncos más largos y delgados que los otros, más gruesos y fuertes, y así sucesivamente, de modo que ya no resultó difícil captar que en las décadas pasadas todo había sido guiado por un proyecto monumental y perfectamente pensado, según el cual la construcción de los santuarios había de producirse exactamente tal como había transcurrido la vida natural de los árboles en la montaña de Yoshino, es decir, por ejemplo, que los árboles procedentes de la vertiente norte de la montaña se utilizarían en todo caso en el lado norte de los santuarios, que para las viguetas del techo de los santuarios se elegirían única y exclusivamente los cipreses que habían crecido en lo alto de la montaña de Yoshino, o sea, que a todo el mundo le quedó claro que a cada uno de los cipreses de hinoki le correspondía en los edificios sagrados el lugar que ocupara en la montaña en su vida natural y que cada árbol ocupaba su lugar en las columnas, en la viguería de las consolas o en el arco de los tejados en el momento en el que, por su edad y grado de madurez, la estructura interna le permitía asumir tal tarea, esto es, que los cipreses debían aguantar los golpes adversos del tiempo, como explicó el toryo a un joven discípulo, debían aguantar el tiempo, le dijo cuando ambos se quedaron solos en el pabellón provisional después de un arduo día de trabajo, porque es posible que no se sostengan eternamente, añadió, pero el tiempo, sonrió el toryo quizá por primera vez en esas décadas de obras mirando a los ojos de su joven discípulo, el tiempo, dijo sonriendo, sí lo aguantarán.
Il avait été érigé en haut du versant sud de la montagne, afin d’être protégé au nord, nord-est, par le sommet, des dangers et menaces qui traditionnellement venaient de cette direction, au sud, s’étendait conformément aux prescriptions un lac, même si la jungle des maisons, cheminées, toitures, poteaux télégraphiques, lignes électriques et autres antennes le rendait invisible, à l’est coulait le Kamo, à l’ouest se trouvaient les chemins d’accès, et, comme il se devait, plusieurs voies menaient au monastère, toutes exclusivement partant de l’ouest, de même que l’unique orientation possible depuis le monastère était la direction ouest, en résumé, la configuration du site répondait pleinement aux quatre grandes prescriptions : être protégé au nord par une montagne, au sud par un lac, à l’ouest par des chemins, à l’est par un cours d’eau, et lorsque les choses se concrétisèrent, une fois que le site idéal fut désigné, que l’intention d’y établir un monastère fut annoncée, ainsi que ses dimensions et son affectation, le miya-daiku put se mettre en route, et avec lui commença un long processus qui s’étendit non pas sur des années, mais sur des décennies, et dont le principal acteur n’était ni le miya-daiku, le grand maître d’œuvre des charpentiers avec son savoir unique, ni le successeur du génial Kôbô-Daishi, le dirigeant de la secte et l’initiateur spirituel de ce grand projet, ni les bâtiments, le pavillon d’or, la pagode, la salle de lecture, ou encore les magnifiques édifices des portes, ce n’était pas non plus l’admirable coordination des travaux, ni la statue du Bouddha avec son visage tourné de côté, ni l’or massif qui recouvrait la surface de l’autel, les statues des saints, les fresques peintes sur les portes coulissantes ou les plafonds des sanctuaires, ce n’était pas non plus le monastère lui-même, cet éblouissant ensemble qui, une fois achevé et inauguré, avait pu entamer ces mille années passées dans l’amour éternel de Bouddha, non, l’acteur principal de ce long processus était un élément végétal, un arbre, un simple matériau sur lequel tout reposait, un hinoki pour lequel il avait fallu se rendre jusqu’à la province de Yoshino, un hinoki dont la simple sélection avait duré des mois entiers, pour lequel il avait fallu trouver et acquérir une montagne plantée d’arbres multiséculaires en parfaite santé, c’est-à-dire dont les troncs étaient rectilignes, dont les feuillages étaient d’un vert ni trop tendre ni trop pâle, et cette simple première étape avait réclamé plusieurs mois, après quoi s’ensuivirent des années durant lesquelles, fait impardonnable aux yeux des dirigeants de la secte les plus impatients et les moins avertis, il ne se passa rien, il fallut donc les rassurer, les convaincre, calmer les esprits surchauffés, leur expliquer que le miya-daiku savait, à l’instar de tous ses ancêtres depuis des siècles, ce qu’il avait à faire à présent et dans les prochaines années à venir, à savoir que tout en comptant, mesurant, traçant, retraçant studieusement et méticuleusement, sa tâche principale consisterait à observer les arbres, et effectivement, pendant de longues années, son travail se résuma à se rendre régulièrement dans la province de Yoshino où il passait chaque fois des semaines à contrôler d’un œil avisé le développement des hinoki sur la montagne achetée, à les suivre à la trace, à examiner comment ils poussaient sur le versant nord, ou sur le versant sud, comment ils évoluaient au sommet, ou au pied de la montagne, car pour les travaux futurs il avait besoin de données précises, telles que leur exposition au soleil durant l’été, ou leur réaction aux longues pluies de mousson, le miya-daiku vivait donc littéralement avec les arbres, connaissait chacun d’entre eux individuellement, comme les membres d’une immense famille, et cela dura vraiment des années, de longues années, si bien qu’entre la première discussion avec les dirigeants de la secte et le début des travaux il s’écoula un temps incroyablement long, le temps de permettre aux cyprès japonais d’une forêt entière d’atteindre l’âge requis, et cela en surprenait plus d’un, et ils étaient nombreux à se demander pourquoi il fallait attendre si longtemps, oui mais, expliquait le miya-daiku aux sceptiques, les choses devaient se passer ainsi, pas autrement, l’abattage des hinoki devait s’effectuer au moment opportun, et lui, le maître charpentier, était le seul à savoir, un savoir qu’il tenait de ses ancêtres, quand était le moment opportun, et il n’hésita pas à le leur communiquer, et lorsque ledit moment opportun arriva, il put demander aux autorités le feu vert pour la prestation du serment de kokoroe, et énonça son serment à la première heure de l’abattage, s’engagea personnellement devant le premier hinoki à ce que, lors de l’abattage, sa vie ne soit pas gâchée, mais « donne vie à la beauté », et ce n’est qu’à cet instant que les travaux purent réellement débuter, et ce n’est qu’à cet instant que les plus impatients commencèrent à saisir pourquoi ces années, ces décennies avaient été nécessaires, peu à peu ils comprirent tout, quand ils virent et qu’on leur expliqua que parmi les hinoki abattus, transportés, et maintenus une année entière dans les eaux du Kamo, ceux qui avaient poussé au sommet de la montagne, plus à même de supporter de lourdes charges, serviraient à construire les colonnes et les poutres massives, tandis que les longues poutres transversales seraient fabriquées avec des cyprès ayant vécu au pied de la montagne, car, ayant dû lutter pour capter la lumière, leurs troncs étaient plus effilés, plus longs et plus fins tandis que les troncs des autres arbres étaient plus robustes et plus larges, et ainsi de suite, il devenait désormais aisé de comprendre que tout, au cours des décennies qui venaient de s’écouler, faisait partie d’un gigantesque plan mûrement réfléchi, avait été guidé par une expérience ancestrale empreinte de sagesse, selon laquelle l’édification des sanctuaires devait se dérouler en respectant à la lettre le mode de vie des arbres dans leur milieu naturel, sur la montagne du Yoshino, à titre d’exemple, ceux qui avaient vécu sur le versant nord de la montagne étaient affectés aux faces nord des sanctuaires, alors que pour les poutres faîtières, on sélectionnait uniquement des cyprès qui avaient poussé sur le sommet, il devint donc clair aux yeux de tous que chaque hinoki se voyait attribuer dans chacun des sanctuaires la même place que celle qu’il avait occupée au cours de sa vie végétale, et chaque arbre prenait place parmi les colonnes, les poutres des consoles, ou les arêtes des toits, à un âge bien précis, lorsque son organisme avait atteint la maturité optimale pour remplir sa fonction, car il devait, comme dans son milieu naturel, résister aux attaques de la mousson, expliqua un jour le miya-daiku à un jeune disciple, ils doivent résister au temps, lui dit-il alors qu’ils étaient restés tous les deux, un soir, après une dure journée de labeur, dans un pavillon provisoire, peut-être ne dureront-ils pas éternellement, mais ils résisteront, ajouta le miya-daiku, en souriant, peut-être pour la première fois depuis toutes ces décennies de travail, en regardant le jeune disciple dans les yeux, ils résisteront au temps.
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